Italia abre un nuevo ciclo político y elegirá un nuevo Parlamento el próximo 4 de marzo. Esta es la única certidumbre de un proceso que debe llevar a una nueva legislatura que, hoy por hoy, se presenta como una gran incógnita. El punto de interrogación no se refiere solamente a quién va a ganar las elecciones. Habrá que ver si la nueva ley electoral, redactada teóricamente para facilitar la estabilidad política, responde a dicha intención o bien todo lo contrario. No parece que ningún partido pueda llegar al 40% de los votos necesario para enfilar con cierta calma una nueva legislatura. El electorado se presenta dividido en tres bloques, con el centroizquierda en descenso, la derecha en ascenso en sus tres variantes (Forza Italia, de Silvio Berlusconi, la xenófoba Liga Norte y el también xenófobo Hermanos de Italia) y el populismo del Movimiento 5S, estancado. Ante un escenario difícil, el actual Gobierno de Paolo Gentiloni podría prolongar su vida, lo que explica que la disolución del Parlamento se haya producido ya. Sería conveniente que la campaña electoral se centrara en los grandes problemas que padece Italia. Pese a que el actual Gobierno ha conseguido enderezar la economía, la italiana sigue siendo una de las que tiene menor crecimiento de la zona euro. Y también están las cuestiones migratorias que tanto afectan a Italia. Sin embargo, todo apunta a que la campaña será un desfile fatuo e innecesario de personalismos, viejos y nuevos.