El celo puesto de manifiesto para votar afirmativamente la independencia de Cataluña no brota solo de la convicción por la adoración a la diosa Independencia sino del rechazo a la España roja y gualda, todo ello fruto de la angustia de quienes robaron y transportaron el oro de la Generalidad a Andorra. Ese cepo frenético a perder el poder ha llevado a representar escenas ridículas al depositar votos sin control por doquier. Tal celo es retrato de iconoclasta contra símbolos e imágenes de España. Cataluña siempre será una paradoja y jamás un dilema. La paradoja, cuando se afronta, es fuente de luz y de inspiración en tanto que los dilemas sirven para ejercitar una opción que puede llevar a la guerra.

Puigdemont ha tratado a Cataluña como dilema. Ha querido mostrar la voluntad de parte del pueblo catalán siendo al mismo tiempo el Señor terrenal del proceso. Quiere condenar al resto de españoles, que se sienten también catalanes, al infierno de la segregación. No ha querido una solución racional al problema ni aceptación de la legalidad. La justicia y la Ley Suprema son para este hombre irreconciliables con una Cataluña independiente.

Puigdemont, profeta del independentismo, se ha convertido en dios todopoderoso, inmutable, y sus decretos son justos y eternos para Cataluña. Se salvarán los independentistas y se condenará a quienes no lo sean. Ha presentado su independentismo como un sistema coherente y racional que se deduce del siguiente razonamiento: «derecho a decidir», incluso contra el orden preestablecido, pues «con una lengua, una bandera y una policía ya se es una nación y un Estado». Desde este axioma nacerá un tirano déspota y cruel. Los no independentistas se convierten en penitentes, sometidos a humillación severa y experimentan desesperación real por no recibir la gracia de la diosa Independencia.

Los conversos al independentismo experimentan desahogo psicológico, ese cambio insano y radical desde la extrema desolación a la exultante euforia. El converso ya no se siente esclavo en esa sociedad que lo excluye, porque no pertenecer al grupo de los elegidos produce angustia y se percibe intolerancia cruel. Para algunos conversos el proceso mental hacia la Cataluña independiente se asemeja al misticismo.

Para la grey de Puigdemont Cataluña Independiente es esperanza, gozo, paz y elevación de la mente en tanto que quienes con esa religión no comulguen vivirán en tristeza, inquietud, aridez de vida. Para estos Cataluña será un infierno. Y para Puigdemont Cataluña Independiente será unir cielo y tierra. Rechazará con violencia su pasado de una Cataluña unida a España y condenará la herejía y toda desviación del independentismo.

En el Reino de Cataluña solo podrán vivir cómodamente los elegidos por la diosa Independencia porque España es aterradora y oscura, ladrona y opresora. Esta concepción de España nace en Cataluña como mito tras un proceso de indoctrinación y misticismo. Se verán mártires de un lado y empezarán a proliferar sectas que tomarán el nombre de Asociaciones pro defensa de Cataluña. Los medios de comunicación nos mostrarán las brujas que socavan los cimientos de esa sociedad que no debe creer en España. La vida en Cataluña estará dominada, si no se remedia, por una nueva religión: Independentismo.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba