Llegas a pensar que el nacionalismo es cuestión de clanes cuando observas el dudoso comportamiento de la familia Pujol con las finanzas u oyes decir a Oriol Junqueras que para él la independencia de Cataluña es la materialización del cuento que de niño le contaba insistentemente su abuelo. Y piensas inmediatamente en esa familia que está cenando en la mesa de al lado, en su pueblo, de la provincia de Córdoba, a donde vuelven todos los años por feria después de vivir toda la temporada en Santa Coloma de Gramanet y el papel que se les asigna en este momento político catalán. Y presientes que en Cataluña no se está jugando a la gran política, esa que pretende un Estado de bienestar para todos por encima de todas las cosas, incluidos los emigrantes de media España. Intuyes que es la escenificación de unos cuantos amigos que mamaron de chicos las mismas costumbres de pan tumaca circunstancia que elevan a la categoría de mandato divino para cuya consecución, la independencia, han de luchar y enemistarse con todos si hiciera falta. Los emigrantes, sean andaluces, gallegos, extremeños o rumanos, precisamente por su condición de tales, están acostumbrados a trabajarse las tierras hostiles o amables para labrarse su futuro y establecerse en ellas si fuera necesario. Alemania y Francia fueron los primeros escenarios en donde las regiones emigrantes, las más pobres del mapa español --que suelen ser siempre Galicia, Extremadura y Andalucía-- se licenciaron en el obligado oficio de buscar una vida mejor para sus hijos. Por eso están acostumbrados a pasaportes, fronteras, divisas y miradas, a veces, poco amigas.

Pero ya que por la cultura, el inglés, los viajes, la televisión, Internet y la lógica apertura de la mente humana habíamos borrado casi todas las alambradas, no nos pedían pasaporte ni teníamos que cambiar divisas para viajar por Europa y el fútbol español, pese a entrenar en Madrid y Barcelona, se había hecho global viene Artur Mas a perpetuar en un panteón nacionalista la memoria del "honorable" Jordi Pujol, Oriol Junqueras a colocarse la localista barretina de su abuelo y los aspirantes a dirigir el Barça a enfundar por decreto una senyera al club azulgrana para convertirlo en cuestión de Estado, lo que tanto criticaron en su día del Real Madrid como equipo del régimen. Colocar al Barça la camiseta de la independencia es como intentar jugar en una liga en cuyos encuentros ni importa el aliciente del juego, ni la incertidumbre del resultado, solo cumplir el objetivo político de quedar bien en casa. Una filosofía localista contraria a la globalidad de la Liga de Campeones y de Messi.