En la era de la comunicación total, inmediata y constante, confieso sentirme más incomunicado que nunca. Lo cual no estaría tan mal, si no fuera porque constantemente entran en nuestra vida llamadas impertinentes y a deshora que se cuelan sin pedir permiso ni tocar el timbre. La incongruencia de vivir en la era de la comunicación global y a su vez sentir la incomunicación total la he vivido como experiencia propia, y seguro que ustedes también, si han tenido necesidad de aclarar alguna duda sobre la factura del móvil, o elevar cualquier tipo de reclamación ante algún organismo oficial, consultar un factura o confirmar el parte del seguro que no atienden. Es un auténtico suplicio, además de una contradicción, vernos tan surtidos de artefactos inteligentes y sin embargo no encontrar a nadie al otro lado de ese teléfono que nos facilitan por si tenemos alguna duda, consulta o reclamación. No hay quien responda nuestra llamada, nadie a quien nuestra voz alcance. Salta de inmediato la voz metálica y la retahíla de opciones y servicios que no nos sirven para nada. Y uno aguanta pulsado con toda la fuerza de la falange el número del teclado que nos pueda descubrir una voz humana. Y van pasando los minutos, y vuelves a salir del juego «pulse continuar o cancelar», y vuelves a entrar con la esperanza de no jugar al solitario, de dar con la voz que nos saque del laberinto. En todo este proceso de búsqueda de la comunicación se pasa por varias fases: primero la de intentar no equivocarse al teclear, probemos otra vez, luego la del enfado creciente al no encontrar la opción que se adapte y adopte nuestro problema, después comienzan los improperios que nadie oye, y entonces llega la de sentirse uno haciendo el más espantoso de los ridículos al comprobar que nadie nos oye, ni nos atiende ni sabe de nuestro cabreo. Caes entonces en la cuenta de que la soledad era esto. En cambio, cuando llaman a nuestro teléfono para vendernos un seguro que no necesitamos, ofrecernos una tarjeta de crédito o camelarnos con un supuesto premio que nos ha correspondido, siempre hay una voz personalizada, alguien que nos habla con toda amabilidad y cortesía, justo lo que no encontramos cuando somos los consumidores los emisores del mensaje. Ya sé que esto no va a cambiar, que no hay vuelta atrás y que el teléfono quedará para teclear y hacer mil tareas, cualquier cosa menos hablar. La palabra queda devaluada y dispersa por estos benefactores de la humanidad que nos regalan el twitter, wahatsapp, instagran y facebook, pero ojo¡, detrás de esos benefactores está el sometimiento general de todos nosotros.

* Periodista