La inclinación al suicidio por parte de una joven de 15 años que participaba en un macabro juego llamado Ballena azul vuelve a poner sobre la mesa de forma brutal la dramática dualidad de las redes sociales e internet. El de Ballena azul no es un asunto anecdótico, porque sus promotores proponen 50 retos de dificultad creciente que culminan con una invitación al suicidio, paso irreversible que ya han dado al menos ocho jóvenes en el mundo. Las mentes perturbadas que han puesto en circulación esta vesánica estrategia encuentran el terreno abonado en menores en crisis, con problemas en el entorno familiar e inciertas perspectivas de futuro. La respuesta a este peligro debe plantearse en tres frentes. El primero es concienciar a los adolescentes de que los riesgos de internet no son baladís ni menores que los de la vida real. El segundo corresponde a los padres y la escuela, que deben extremar la labor pedagógica y de control de la actividad de sus hijos-alumnos. Y el tercero es el de los proveedores de servicios de internet, que deberían dar más pasos para que lo que pasa por sus servidores no sea una amenaza para nadie.H