Que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario es un hecho inapelable en nuestro ordenamiento jurídico, así como que cada acusado de haber cometido presuntamente algún o algunos delitos escoja la mejor defensa o estrategia para defenderse no se le puede reprochara nadie. Ahora bien, una cosa son los extremos aludidos anteriormente y otra muy distinta tomar al personal por poco menos que por tontos del capirote.

Que ahora el amigo Urdangarin quiera hacernos creer a estas alturas de la película que él actuó en el caso Noos como un mero mediador sin conocimientos de derecho administrativo es poco más o menos un gran insulto a la inteligencia. Más caradura es imposible de tener. Si el Tribunal Supremo diera estas alegaciones que ha efectuado el encartado a través de su abogado por validas sería el hazmerreír del mundo entero.

Cualquier juez que tenga un poquito de sentido común, aunque fuese un novato recién ganadas sus oposiciones, se daría cuenta enseguida de que lo que alude Urdangarin en sus alegaciones es del todo punto incongruente. Que lástima de criatura, un pobre desgraciado que se dejó engañar por su pérfido socio Diego Torres. Urdangarin, como su mujer: «yo no sabía», «yo no tenía conocimiento», «yo no sabía lo que firmaba»... Pero lo que olvidan Urdangarin y su abogado es que el desconocimiento de las leyes no exime de su cumplimiento. Urdangarin es otro más de los personajes que siguen pululando por esta nuestra querida España, en donde más de uno y más de dos y tres se creyeron que todo el monte es orégano. Que ellos estaban por encima del bien y del mal y que con ellos no iba la cosa. Pero la cruda realidad se impone y yo que Urdangarin me iría pensando en cómo iba a pasar los próximos seis años, eso si el Supremo no le aumenta la pena. Aunque, visto lo visto en como funciona la justicia en este país en ciertos casos, hasta a lo mejor le tenemos que pedir disculpas a este presunto delincuente.