No es un gran tema, a primera vista. O tal vez sí. Tal vez, las cosas más importantes de nuestra vida podríamos colocarlas en ese tiempo, que ni siquiera sabemos cómo llenar en muchas ocasiones. José Luis Perales, hace años, metió el tiempo libre en la letra de una de sus canciones, en la que un marido abandonado interrogaba a su mujer entre melancólico y curioso: "Y quién es él / en qué lugar se enamoró de ti. / De dónde es... /A qué dedica el tiempo libreeeeee...". La última "e" se prolongaba en el éter, lánguida y resignada, como un balido. No es asunto banal saber a qué dedica el tiempo libre un lugareño cualquiera. Porque el tiempo, en efecto, se divide en dos clases: ocupado y libre. Los adultos, por lo general, tenemos mucha cantidad del primero y poca del segundo. Y, a veces, sólo unas semanas al año o algunas horas entre semanas podemos disponer del tiempo a nuestro antojo y medida. Este es el tiempo que los clásicos llamaban de "ocio", entendido no como un período de actividad o de evasión, sino todo lo contrario. El ocio debía ser el tiempo más rico y enriquecedor, el más rebosante de vida. Era un tiempo de silencio, de actividad interior, de contemplación y, por tanto, de auténtica sabiduría. El problema es que estamos entrenados más para el "negocio" que para el "ocio". Nos asusta el silencio como a los niños la oscuridad, y cuando llega el tiempo libre, sólo nos planteamos cómo llenarlo de trivialidades, a dónde huir, cómo saturarnos los ojos de imágenes, los oídos de ruidos y el estómago de basura. Los más jóvenes quieren marcha y los viejos alguna forma de anestesia. Es una pena, porque ¡hay tanto que hacer! Necesitamos el tiempo libre para tener largas tertulias cuando anochezca; para aprender a mirar a los demás, descubriendo sus sentimientos; para escuchar a nuestros padres o a nuestros hijos, ya que en muchas ocasiones sólo les oímos sin prestarles mucha atención; para escribir nuestro primer poema; para hablar con alguien sobre el sentido de la vida, cuyo descubrimiento nos hará caminar con esperanza. Aseguraba Kloster que "el domingo a las diez de la mañana, el hombre nos dice lo que piensa de sí mismo". Es lógico: esa hora es la más significativa porque nadie la hipoteca. En ella somos completamente soberanos. Nada nos impide ser auténticos. Leopardi afirmaba que se le encogía el corazón al pensar "cómo todo pasa sin apenas dejar huella". No olvidemos que "hoy es el primer día del resto de mi vida". En los viejos tiempos, podíamos ver la frase reflejada en los posters de moda. En cambio, da la impresión de que el tiempo es algo a malgastar, a dejar que pase, pasándolo nosotros lo mejor posible.

*Periodista