Si no recuerdo mal, creo que fue Wiston Churchill quien dijo en alguna ocasión que la demo-cracia era un mal sistema de gobierno, pero que todos los demás eran aún peores. Efectivamente un sistema político de democracia parlamentaria tiene muchos defectos, pero de momento no hay nada mejor para sustituirlo. Y puesto que la democracia parlamentaria es el mejor sistema político que tenemos a nuestro alcance, pero que adolece de defectos visibles, creo que es bueno ponerlos de relieve, no para denostarla, sino para mejorarla.

Yo no soy político, pero me gusta y me interesa la política. Lo mismo que me gusta la música, pero no sé tocar el piano, ni el violín, ni la guitarra. Me gusta ir a los conciertos, aprecio cuando la orquesta toca bien o toca mal, pero soy incapaz de ponerme en su lugar.

Me gusta y me interesa la política por tres razones. Primero, porque la política determina el bienestar o la desgracia de mucha gente. Hay personas, es cierto, que por nuestra formación intelectual, que por su posición económica, por sus relaciones sociales, podemos vivir al margen de los aciertos o de los desatinos de los políticos. Somos en bastante medida autosuficientes. Pero hay muchas gentes, millones de gentes, a quienes no se les dado la oportunidad de una formación intelectual, que carecen de un patrimonio, cuyos contactos con los círculos de poder son muy débiles o inexistentes. Su vida está marcada para bien o para mal, por las decisiones de los políticos. Los africanos que pretenden cruzar el estrecho en manos de las mafias, los trabajadores por cuenta ajena que no cuentan con otro recurso personal que su fuerza de trabajo, las numerosas mujeres, solteras o casadas, a quienes la sociedad no ha tenido a bien dotarlas de autonomía individual, están sumamente condicionadas por las decisiones políticas de la sociedad en que viven. La política condiciona el bien o el mal vivir de muchas personas. Por eso me interesa la política.

Segundo, la política es el instrumento para implantar la justicia. No me refiero a la justicia que, cuando yo estudiaba Moral en la Facultad de Teología, se llamaba la justicia conmutativa: a cada uno lo suyo. Me refiero a la justicia social. A la corrección de los desequilibrios sociales que se generan cuando se deja que el mercado sea el único instrumento de asignación de recursos y de distribución de la riqueza. El mercado crea riqueza, está suficientemente demostrado por la experiencia. El mercado no la distribuye, sino que la concentra. Es función y misión de la política, no eliminar el mercado, sino hacer todo aquello que el mercado no hace, ni hará nunca: equilibrar, mitigar los desajustes sociales. Por eso me interesa la política.

Tercero, la política mira al futuro más que al pasado, incluso que al presente. El pasado es asunto de los historiadores. El presente es asunto de los técnicos. El futuro es el asunto de los políticos. Las sociedades necesitan un horizonte histórico hacia el cual dirigirse. Siempre hay un horizonte más allá. Por mucho que avancemos hacia él, el horizonte siempre está por alcanzar. La política es el instrumento del progreso histórico de las sociedades humanas. Siempre hay un mundo mejor que el que tenemos. Es misión de la política vislumbrar ese futuro, y dotar a la sociedad de medios para caminar hacia él. Por eso me interesa la política.

Por estas tres razones, cuando veo actuar a los actores protagonistas de la política no puedo menos de sufrir un profundo desencanto. Su lenguaje es pobre. Lleno de palabras gruesas de descrédito hacia cualquier otro político de otra tendencia. Es decepcionante verlos decir “nosotros somos los únicos que hacemos bien las cosas, todos los demás las hacen mal”. No, no es eso, lo que los ciudadanos podemos esperar de los políticos. Un poco más de razonamiento. Una cierta explicación de las propias razones. Un poco más de modestia, y de realismo. Nadie lo hace todo bien, ni nadie lo hace todo mal. A veces tengo la impresión del cuento de Caperucita. Ella era totalmente buena, el lobo era totalmente malo. Creo que tendrían más credibilidad si de vez en cuando reconocieran algún acierto al adversario. Alguno tendrá, digo yo. Y reconocieran de vez en cuando algún error propio, alguno tendrán digo yo. Entonces me sentiría mucho más satisfecho, como cuando en el teatro oigo un buen concierto. No sé tocar el piano, pero aprecio cuando el concierto es bueno, y cuando no lo es.

* Profesor jesuita