Hay muchas ferias. O solamente una. Lo que hay son muchas personas. O quizá solamente una pero que ha variado de comportamiento, de estilo, de forma de estar en el mundo y de entender la vida según el país, la casa donde haya nacido, la educación que ha recibido y lo generoso o cruel que haya sido su grupo con ella. En el fondo el ser humano seguirá siendo el mismo mientras tenga --en el siglo V antes de Cristo o en el próximo XXII-- la exigencia de comer, dormir y hacer sus necesidades cada día. Por muy de última generación que sean sus smartphones, auriculares, tabletas, televisores, cocinas, coches, sus libros, sus ideas o su religión si el ser humano necesita, en principio, ir todos los días al cuarto de baño a abandonar allí su más específica soledad convertida en basura es que no podemos ser más iguales. Como las ferias, un lugar donde, con la alteración de la agenda, vamos a romper con la monotonía en que solemos convertir, por comodidad, la vida. Porque en esa ciudad que se crea en las afueras de la real --aunque al irreal espacio que se pisa en feria se le llame precisamente real—todo es tan distinto que ni los trajes ni las corbatas imponen sino que toman una apariencia desenfadada que lucen lo mismo en un joven del botellón que en un gerente, un presidente o en un moderno con estilo rompedor cuando van a unas copas con la empresa, a la comida de hermandad o al reencuentro de unos cuantos amigos que se citan en la feria tal día, a tal hora, con tal vestimenta. Lo único que no varía de las ferias, como de la vida, es la necesidad de reencontrarte en soledad para abandonar el desecho personal de manera correcta. Ahora estamos en campaña electoral y los líderes políticos se montan en espacios tan difíciles que su comportamiento es parecido al intento de aprobar unas oposiciones. Pedro Sánchez estuvo el otro día -vaqueros y camisa sin chaqueta ni corbata-- en Córdoba tratando de conquistar el voto de los ciudadanos. Y mostró, al menos por dos veces, que era humano. En la plaza de Santa Emilia de Rodat, según La Verónica del miércoles de José Luis Rodríguez, visitó un bar “y entró en los aseos, demostrando que es tan humano como cualquiera”. Luego, en la caseta de Feria del Valle de los Pedroches, donde el pueblo agasajado era Villaralto, Pedro Sánchez se sintió tan en su casa que, después de oír los piropos de las mujeres, tomó alguna tapa y utilizó el water. Y la Feria, que son muchas o solamente una, siguió. Bueno, antes de la democracia puede que fuera de una manera excesivamente desigual. Ahora la alcaldesa invita a la recepción municipal a colectivos de distintos sectores mientras que antes del 1979 la caseta del Ayuntamiento tenía un marcado carácter de gentes de cierto postín que sabían manejar con soltura casi de artistas gambas y langostinos como, por ejemplo, la del Círculo de la Amistad en los Jardines de la Victoria, antes de que esta institución se abriera a la otra ciudad.

La Feria es una, o varias. Como las personas, que todas somos iguales y lo que nos diferencia es la pobreza o la riqueza en que vivimos. A lo mejor muchas elecciones se celebran alrededor de la Feria para tener que ir a los wateres de las casetas, que nos hacen a todos más humanos e iguales, incluso aunque algunos vayan con escolta. H