Intuí que estas páginas estarían repletas de opiniones sobre el Día Internacional de la Mujer. Así que entonces no escribí sobre el tema y reflexioné sobre el trasfondo de este titular: «8-M: un hito, una oportunidad». Rebusqué también en mi memoria y me topé con el verano de 1954 en una hacienda agrícola cercana a Lincoln, Inglaterra. Estudiantes europeos de ambos sexos contribuíamos a la recolección de patatas. Solo había chicas nórdicas y cargaban los sacos con el mismo empeño que los muchachos. Los dos españoles de aquel grupo decidimos actuar caballerosamente, ayudándolas en esa tarea tan pesada. Un italiano nos dijo: «No insistáis que las nórdicas tienen los mismos derechos y obligaciones que los hombres». Fue la primera vez que supe de la igualdad de sexos. Por cierto, allí cobrábamos a destajo todos/as igual. Pero ya entonces en la Universidad y en la Escuela de Periodismo de Madrid, la igualdad y mezcolanza de sexos era lo más natural. En provincias era diferente. En el Instituto de Córdoba los chicos por la mañana, las chicas por la tarde en las mismas aulas. Lo del pasado 8 de marzo sí es un hito para muchísimas mujeres pero no tanto para otras, madres y abuelas de las que se manifestaron. En Historia del Derecho (1952) se nos asignó el mismo sitio durante todo el curso. Tuve a mi lado a una chica que recordaba la diferencia con su colegio de monjas. Soy pues, testigo de que se ha avanzado bastante. Pero el Manifiesto de las «jóvenas» radicales da la impresión de que el 8-M se empezó de cero, despreciando a las mujeres anti huelga que pensaban por sí mismas.

* Periodista