Hay veces que el destino se cruza de manera repentina y rompe todos los proyectos de vida que hemos venido construyendo durante años, desde la infancia, como quien tala un árbol que comienza a dar sus primeros frutos. El estar en el momento y lugar inoportuno, porque así los dioses lo han decidido previamente, lo convierte en un hecho determinante y definitivo de nuestras vidas, tal como le ha ocurrido a Ignacio Echeverría que, en defensa de alguien que necesitaba inmediata ayuda, le costó que crueles asesinos le cercenaran la suya propia, lejos de su país y familia. Un absurdo más de lo que estamos demasiado acostumbrados a presenciar y sufrir en la actualidad.

En la novela de Alejo Carpentier El recurso del método, el autor describe a una serie de personajes que perdieron su rumbo allá en la Cuba de finales del siglo XVIII, por la pérdida y la autoridad del páter familia, viviendo épocas de holganza, no solo en la isla, sino también cuando se trasladaron a una vivienda en la Villa y Corte de Madrid. Iban a ser testigos de la llegada de las tropas napoleónicas a la ciudad y de las revueltas que ese pueblo indignado por la ocupación estaba realizando con enfrentamientos continuos a las mismas, y padeciendo las provocaciones de los gabachos.

Eran hechos ajenos a los personajes, pero que fueron calando poco a poco en sus almas, para que un día, uno de los protagonistas, al presenciar cómo un soldado apuñalaba a una maja madrileña en la propia fachada del edificio donde estaba su vivienda, y cuyo trágico acontecimiento presenció desde el balcón, fue el resorte para que en una reacción cortocircuito cogiera, sin pensárselo dos veces, un arcabuz que había colgado en la pared, lo cargara y recogiendo la munición pertinente, corriera escaleras abajo para convertirse en uno más de aquellos que estaban haciendo frente a los invasores.

Salvador Compán, en su novela Cuaderno de viaje, lo define como las «esquinas del tiempo», en relación a aquellos acontecimientos aparentemente intrascendentes, de los que no se toma conciencia en ese momento, y que se convierten en determinantes para nuestras vidas.

Y es obligado recordar a Blas de Lezo que, junto a un grupo reducido de militares españoles, se defendieron del asedio británico en Cartagena de Indias allá por el año 1741, para así conseguir, a costa de sus vidas, que la presencia de España en Centroamérica se prolongara cien años más.

Me viene también a la memoria, para finalizar el paralelismo a lo realizado por nuestro héroe, una anécdota que me contó mi padre cuando estaba de cabo de sanidad del ejército republicano en el Frente de Teruel, siendo testigo casi presencial. Fueron así los hechos: Había un grupo de soldados reunidos alrededor de una chimenea en una habitación de la planta baja de una casa, ubicada en el lugar donde estaban acantonadas las tropas, y que calentándose dialogaban pacíficamente en su merecido descanso. Entonces, alguien perteneciente a la Quinta Columna, de forma inesperada, arrojó una granada de mano, ya activada, desde la puerta de acceso de la casa al centro del grupo, y uno de ellos que podríamos llamar también Ignacio Echeverría, sin dudarlo un momento, se lanzó de bruces sobre la misma, y con la pantalla de su cuerpo evitó la muerte segura de todos los demás en la deflagración. Paz y bien.

* Abogado y académico