Su único ideal es una carnicería. Es su estado ideal, es su nirvana. No piensan en otra cosa porque no pueden hacerlo: han abrazado el odio como exaltación íntima, como coartada gris de una existencia todavía más gris. Estoy convencido de que los asesinos de Ignacio Echevarría y las otras siete víctimas eran gente mediocre. No puede haber en ellos ni una sola hebra de lucidez brillante, ni un desolado fondo de clara inteligencia. No, porque el fanatismo excluye naturalmente el talento. Cuando aparecen las fotografías de los terroristas casi siempre me quedo sorprendido por esa expresión boba, con esa languidez vacía de la expresión caída en las mejillas, con la carne flácida y sin brío, como pescados exhibidos en un mostrador, exactamente con el mismo magnetismo de un besugo en los ojos. Cuando después leo el horror que han creado, esa sublimación masticada de la maldad más pura, que no requiere adjetivos aunque nosotros los necesitemos para darle forma al terror que van lanzando, como llamaradas en nuestra respiración de una realidad que se vuelve cada vez menos respirable, siempre me sorprende que semejante exaltación de la imbecilidad fisonómica sea capaz de causar tanto dolor. Pero claro: es que solo saben crear ese dolor, precisamente, por la misma mediocridad de su naturaleza, por la falta de una sola idea que se enrole en el mundo.

Ahora, para perfeccionar ese terror, sabemos por la policía británica que los tres terroristas intentaron alquilar un gran camión para la masacre. Pero al parecer Khuram Shazad Butt no consiguió pagar con una tarjeta de crédito el alquiler de un camión de 7,5 toneladas, y por eso se tuvo que conformar con un furgón. El vehículo les bastó para atropellar a los peatones que se fueron encontrando en el puente de Londres la noche de hace una semana, antes de apuñalar a los paseantes que se cruzaron cerca del mercado de Borough, con varias terrazas y restaurantes. Es escalofriante la imagen del cuchillo rosa de cerámica, con una hoja de 30 centímetros, con un puño de tiras de piel negra que se ataron a las muñecas. Dentro de la furgoneta, han sido encontrados los trece cócteles molotov y los dos sopletes para hacerlos prender y estallar. La policía ya ha registrado el piso que alquilaron, en el barrio de Barking, al este de Londres: dentro, hallaron un volumen del Corán, naturalmente abierto por una página en la que se cita el martirio.

He leído que los terroristas eran conocidos de la policía, y que uno de ellos llegó a aparecer en un reportaje de la BBC sobre yihadistas británicos. Quizá hemos llegado a un momento de la lucha antiterrorista en el que ya no resulta admisible la justificación de que no se puede vigilar a todos los sospechosos de perpetrar un atentado, porque sabemos que el ataque va a producirse y las potenciales víctimas, o sea nosotros, deberíamos saber que un tipo que ha salido en un documental sobre tarados religiosos, que está dispuesto a morir matando, y cuantos más mejor, no circula por Londres sin ningún seguimiento. No es tan terrible como cuando la policía belga no detuvo al principal sospechoso del atentado en el aeropuerto de Bruselas porque ya era la hora de cenar y ellos por la noche no trabajan, pero resulta llamativo. Comprendo que el ser humano es rico en matices y a veces nos ponemos en manos de cafres; pero lo que en la policía belga no sorprende tanto, sí descoloca en el servicio antiterrorista británico.

Esta guerra sólo puede ganarse con información, como sabía Ignacio Echevarría, dedicado a adaptar directivas europeas bancarias contra el blanqueo de capitales y la financiación terrorista, vigilando el movimiento de grandes cantidades desde Líbano, Irán, Yemen y Arabia Saudí. Digamos que este hombre de 39 años y expresión jovial, amplia y simpática, con un gesto que recuerda a un Russell Crowe de buen humor, pero con la misma convicción latente en las facciones sólidas y firmes, ha personificado la doble vía de reacción que el terrorismo requiere. Por un lado, el trabajo de oficina, el estudio de los movimientos de capitales sospechosos, porque el terrorismo se financia y el rastro del dinero se anticipa a la sangre. Por otro lado, esa reacción valiente de defensa. Entonces no podía saber que se trataba de un atentado. Sencillamente estaban atacando a una mujer. Antes de que sus amigos reaccionaran, él estaba allí repartiendo golpes con su monopatín. Qué imagen, cuando lo natural es correr. O no: Ignacio Echevarría también nos ha enseñado otra respuesta.

* Escritor