Cuando obtuve la nacionalidad española en el 2007, tras una odisea burocrática, me hizo mucha ilusión ver el apellido de mi madre impreso en el DNI. En Marruecos no existe el segundo apellido, aunque las mujeres no pierden el suyo al casarse como aún ocurre en países que presumen de ser muy avanzados. Esta es una de esas costumbres simbólicamente degradantes para la mujer que en cambio siguen vigentes en lugares donde impera la igualdad legal.

¿Por qué una mujer elige renunciar a una parte de su identidad aunque sea de nombre? No hablamos de analfabetas, precisamente, hay figuras de la talla de Hillary Rodham Clinton que se presentan ante el mundo vestidas con la filiación del marido. El prestigio, la tradición, no lo sé, pero siempre me ha chirriado detectar esta claudicación voluntaria. En España no existe tal costumbre pero hace unos años, cuando atendía a personas extranjeras que renovaban sus permisos de residencia, me sorprendió que en los documentos de las mujeres reagrupadas se empezara a poner el apellido del marido.

Se trataba de dejar constancia de la persona de quien dependía toda la familia que había sido traída pero aun así ver escrito el apellido del marido al lado del de la mujer... En su país de origen, a pesar de ser fuertemente patriarcal, al menos en los documentos que identificaban a esas mujeres no aparecía el marido. Era raro que una ley de extranjería aprobada con un gobierno socialista impusiera esa marca de desigualdad.

En fin, que para mí, que desde pequeña llenaba los formularios también con el apellido de mi madre aunque no tenía derecho a hacerlo, fue un alivio ver reflejado en un documento su dedicación y sacrificio.

Hace seis años, cuando nació nuestra hija pequeña, decidimos que llevaría mi apellido. Tras nueve meses de embarazo, un parto de 16 horas y los dos meses de lactancia que seguirían, su padre creyó que era de justicia que la niña se llamara como yo aunque él participa activamente en su educación y cuidado. En aquella época (¡hace seis años!) en los formularios del registro civil inscribir a un recién nacido con el apellido de la madre era anteponer, no poner, sino anteponer.

El sábado, Pablo Iglesias fue entrevistado en La Sexta y cuando le preguntaron por el embarazo de su compañera, dijo que habían decidido el primer apellido por sorteo. Me imagino a sus hijos dentro de unos años preguntando, si han sido educados en el feminismo, por qué habían optado por una costumbre tan heteropartriarcal. Iglesias se encogería de hombros de esa forma tan característica suya y diría: «Hijos míos, la suerte lo decidió, pero vuestra madre os puso el nombre, ¡a los dos!». Y si realmente se han educado en la igualdad le contestarán que no se corrigen miles de años de orden patrilineal tirando una moneda al aire.

* Escritora