Acaba de celebrarse el 19º Congreso Católicos y Vida Pública, dedicado en esta edición a la acción social de la Iglesia, un tema esencial para los creyentes, ya que, en palabras del Papa Francisco, «la Iglesia sin caridad no existe». Organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y la Fundación San Pablo CEU, por él han pasado los ponentes más cualificados de las realidades sociales más importantes de España y del mundo. A su término, se ha hecho público un manifiesto, en el que se expresa «el compromiso de participar activamente en la vida pública a través de la política --una de las más altas formas de caridad--, desde los valores cristianos de la verdad, la justicia, la libertad y la dignidad irrenunciable de la persona, así como suscitar una concepción positiva y trascendente del hombre y de su destino». El compromiso también se dirige a «promover comportamientos a favor de la cultura de la paz; a denunciar toda forma de explotación y consumismo, y a crear soluciones para superar las causas de la pobreza de tantos millones de hombres, mujeres, niños y ancianos descartados». En el manifiesto hay un apoyo total a la familia y a la igualdad de derechos de la mujer, y a la cultura del respeto a la vida «desde el momento de la concepción, hasta la muerte natural». Hay otros puntos de gran interés, como la acogida a los inmigrantes, y la atención y el cuidado a la salud del planeta, la casa de todos, a través del uso racional de los bienes y la protección de la naturaleza. Asimismo, brilla un fuerte compromiso para asumir y desarrollar la labor de «ser educadores según el corazón de Dios, convencidos de la importancia de la educación animada por la fe católica y un empeño especial por una formación integral, excelente, abierta a los más auténticos valores humanos y cristianos». Ciertamente, el manifiesto del Congreso Católicos y Vida Pública no se queda en bonitas palabras sino que compromete la voluntad de los congresistas de cara a una cadena de acciones eficaces que influyan en la sociedad de nuestro tiempo. Hoy, la fe no está protegida por el medio sociológico. Es una frágil planta azotada por todos los vientos. Vivimos en un mundo no solamente desprovisto de objetos sagrados, sino también privado de signos de Dios. Ahora, la religión ya no es un ingrediente necesario para que funcione la sociedad civil, sino un condimento que usan quienes quieren dotar de sentido último y de gusto religioso a la vida. Como consecuencia no de la secularización, pero sí del secularismo, los creyentes tendrán que afrontar una profunda «crisis de relevancia»: hacen al mundo una oferta que consideran esencial y descubren que apenas interesa a nadie. Lo que se considera importante en la sociedad secular no son las cuestiones religiosas (salvación, destino del hombre, pecado, gracia...), sino los problemas económicos, técnicos y políticos. Quizás por eso, este manifiesto es una bocanada de aire fresco que descubre e impulsa actitudes urgentes para construir un mundo mejor, más justo y con menos injusticias.

* Sacerdote y periodista