Los alumnos del Alhakén II llegaron a Toledo y allí se tuvieron que quedar. El autocar en el que desde Córdoba iban de excursión a Madrid no podía continuar porque en la capital de España había habido un atentado. Era el segundo trimestre del curso 2003-04, antes de entrar la primavera, y ese día, jueves, 11 de marzo, en el que murieron 192 personas, un invierno casi eterno empezó a adueñarse de España. En mi calle de Córdoba, junto al colegio, los corrillos hablaban de ETA, y al día siguiente, viernes, la manifestación oficial por la Victoria y Ronda de los Tejares fue casi unanimidad. Pero el sábado, en la jornada de reflexión, comenzó a instalarse de manera definitiva el contraste de pareceres, donde aparecía el yihadismo, Aznar y la invasión de Irak, y el domingo 14, después de las elecciones, que ganó el PSOE, un día antes de los idus de marzo, España era ya el escenario de una fractura social. Por la tarde llegó mi hija de su fallida excursión a Madrid, ciudad a la que se iría a estudiar el curso siguiente, la época en que muchos amigos se distanciaron y el mundo del siglo XXI empezó a aparecer, cuando comenzaron la carrera esos estudiantes a los que la crisis rubricó su título con una firma de larga penuria y enmarcó con madera raída. También en marzo, el día 13 de hace cuatro años, la humanidad creyente y agnóstica vio cómo en el horizonte de las creencias aparecía una especie de sol de primavera que daría calor y luz a esas personas que necesitan la buenaventura. El cónclave de cardenales católicos había elegido en la Roma del Vaticano a un jesuita argentino para que fuera el Papa de la cristiandad. Se puso Francisco de nombre y su preferencia por los pobres y su forma de ser caló rápidamente entre personas de buena voluntad, creyentes o ateas, que precisamente asumían lo que ha resaltado la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) estos días: que la pobreza, contra la que pide al Gobierno un plan de choque, ha crecido por la falta de empleo de calidad. El Papa Francisco ha cumplido cuatro años de vida en el Vaticano, no reside en palacio sino en casa y sus gestos le han merecido que la revista Time lo nombrara en 2013 persona del año. Pero el género humano, por la creencia en él, todavía espera de su estilo algo que sea lo más parecido a un milagro. Milagros que, casi seguro, no se darán en el reinado de Felipe VI, que estos días cumple mil días como rey de España, porque los prodigios y las maravillas ya solo ocurren en películas y novelas. O quizá también en los palacios, como el de Oriente, al que la realeza intenta quitarle su memoria de la dictadura. Por los idus de marzo.