La reciente conmemoración del día internacional contra la erradicación de la pobreza, nos ha devuelto a la cruda realidad que vivimos, mucho más amplia que los contenidos de las redes sociales y los noticiarios, y mucho más profunda que los ejercicios de paranoia colectiva a los que estamos sometidos. Me refiero a los datos escalofriantes sobre la pobreza que se ceba entre la población más joven y la más envejecida de nuestro entorno. Efectivamente hemos cambiado las maletas de cartón por los trolley modernos, pero seguimos huyendo por piernas de la pobreza, esa que impide a miles de familias hacer frente a gastos imprevistos, que fracciona los pagos de la luz, que recibe ayudas del banco de alimentos y espera a las segundas rebajas. Colocándose la población cordobesa a la cabeza del ránking de Andalucía en materia de pobreza, lo que unido a la pérdida de población y a situarnos en la cola de la renta per cápita nacional y de las inversiones públicas de todo el Estado, nos augura un futuro, que de seguir en las mismas manos que nos han traído a este desastre, será bastante preocupante.

Pudiese parecer, al hilo de la actualidad y el desafío secesionista catalán, que estamos ante un conflicto de identidades, de banderas catalanas contra españolas, de lenguas y tradiciones, que alimentan emociones y sentimientos y que se contraponen entre sí marcando sus diferencias. Sin embargo, me atrevo a pensar que es una mera excusa de los nacionalismos que esconde la verdadera brecha que existe entre catalanes y españoles, que no es otra que una brecha económica y clasista, de superiores ricos frente a inferiores pobres. El discurso de las identidades es igual de falaz que cuando se utiliza entre nacionales y extranjeros: que no esgrimimos frente a los 80 millones de turistas que llegan a nuestro país cada año con capacidad económica, sino frente a los pobres inmigrados en busca de trabajo que llegan a nosotros. Ahí si sacamos también los credos y las banderas que, poco importan, cuando hay dólares por medio. Me comentaba hace poco un amigo, que muchos catalanes y vascos lo que necesitan es una maleta de cartón, para apreciar el valor de la acogida, de la solidaridad, del esfuerzo, de la integración. Y lo que les sobra es concierto económico y privilegios. Además de la manipulación en los colegios catalanes durante décadas, aunque la reciente moción de condena presentada en el Congreso por Ciudadanos no haya encontrado el respaldo de nadie, ni siquiera de los partidos constitucionalistas para vergüenza de ellos y sonrojo de todos.

El falso debate de las identidades, tan extremo en Europa y en nuestro país por motivaciones distintas, está silenciando el verdadero debate sobre las desigualdades sociales y económicas entre territorios y, por ende, entre personas. Perpetuar las desigualdades es el propósito de quienes más tienen y quieren. No debemos de consentirlo, al menos mientras creamos que vivimos en un estado social que procura la igualdad formal y material de todos los ciudadanos, no sólo ante la ley, sino también ante el salario y la vivienda, el trabajo y la cultura. Si fuese por el maltrato económico e institucional que algunos invocan, hace tiempo que en Córdoba ya seríamos independientes y, para variar, con razón.

* Abogado