Pocas veces una ciudad habrá tenido ocasión de ejercer de anfitriona de representantes de tantas envidiadas ciudades del planeta como las que, desde hoy y hasta el domingo, se dan cita en Córdoba para participar en la I Bienal Internacional de Patrimonio, y cuyo nexo común es nada menos que el de contarse entre el escogido grupo de las poblaciones más hermosas del mundo. No están aquí todas las que son, pero sí, naturalmente, son todas las que están.

Bienvenidos, pues, a esta casa de todos que es la ciudad de Córdoba y bienvenidos también a esta Bienal centrada en la economía y en la que nos proponemos explorar los caminos que deberían conducirnos a la feliz confluencia entre las cifras y las artes, entre la economía y la belleza, entre la rentabilidad y la monumentalidad.

Una de las preguntas, quizá la principal, que intentaremos contestar en estas intensas jornadas podría ser la de ¿cómo diseñar, implementar y sostener una gestión de nuestras ciudades monumentales que, sin descuidar la conservación, restauración y promoción de una herencia arquitectónica de siglos, sea al mismo tiempo una fuente de progreso económico y prosperidad material para los propios vecinos de la ciudad?

Como representantes de la ciudadanía y garantes de los intereses de nuestros vecinos, estamos obligados a apostar por un progreso y unos beneficios que lo sean no solo para las empresas hosteleras, culturales o turísticas, lo cual se da por supuesto, sino que lo sean también para el propio vecindario de los cascos históricos, tantas veces relegado.

En ambos casos es imprescindible que los gobernantes nos manejemos con prudencia para que no acabe ocurriéndonos lo que a esas ciudades en las que la población autóctona se ha sentido marginada o perjudicada y reacciona con hastío contra la propia industria del ocio y el turismo.

La historia nos ha legado un patrimonio monumental que cabe situar entre los más seductores el planeta. Los cordobeses convivimos con toda naturalidad con esa realidad excepcional y de algún modo casi milagrosa. Nuestro deber es cuidarla y aprovecharla en todos los sentidos: con cautela pero sin reservas, con mimo pero con determinación.

En el marco de esa creatividad y de esa noble ambición se encuadra esta bienal sobre la economía del patrimonio donde, además de las ciudades con las que tenemos vínculos históricos, está convocado el mundo empresarial especializado en la cultura, el patrimonio, el ocio y el turismo, pues se trata, entre otras cosas, de superar la idea pasiva del patrimonio como mero imán de subvenciones y, dentro siempre de estrictos parámetros conservacionistas, reinterpretarlo como un activo económico de primer orden que puede y debe ser una fuente de riqueza y empleo.

El patrimonio cordobés no lo componen solamente arcos, pórticos, columnas o sillares: en un mundo necesitado con más urgencia que nunca del diálogo franco entre las naciones y del intercambio amistoso entre las civilizaciones y en un clima político global tantas veces envenenado por los nacionalismos y fundamentalismos, Córdoba es un referente de la convivencia legendaria de las tres culturas del Mediterráneo, hoy ajenas entre sí, cuando no enfrentadas las unas a las otras.

Nuestro deber es reinvertir adecuadamente esa herencia inmaterial de entendimiento de las tres culturas que, por supuesto, no es una herencia solo de Córdoba.

Pero tan importante como todo lo anterior lo es cómo financiar esa gestión. De hecho, días atrás, la asamblea de los alcaldes de las 15 ciudades Patrimonio de la Humanidad de España acordamos elevar a la Federación de Municipios y Provincias las conclusiones de un estudio realizado por expertos con el propósito de solicitar al Gobierno un paquete de ventajas fiscales que ayuden a aminorar los gastos extras que supone la conservación y el mantenimiento de los cascos históricos. Al fin y al cabo, la belleza monumental genera riqueza pero también conlleva importantes gastos que las ciudades ni pueden ni deben que soportar en solitario. No sé si ganaremos esta batalla, pero desde luego estamos dispuestos a pelearla.

Concluyo con invitando a todos los cordobeses a que seamos capaces de encontrar --y sostener en el tiempo-- las herramientas para conservar ese encanto, ese milagro y esa belleza que hemos heredado. En ello consiste, parte de nuestro trabajo: nuestro frágil, comprometido y hermoso trabajo.

* Alcaldesa de Córdoba