Utilizar el calificativo de humano nos conduce a una gran variedad de posibilidades, dado que todo cuanto tiene relación con cada uno de nosotros puede ser calificado como tal. No obstante, me arriesgaría afirmar que si hay dos características que definen lo humano son la memoria y nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro. La memoria puede ser individual o colectiva. La primera pertenece al ámbito de lo privado y ya sabemos que nos puede conducir a errores, como nos indicó Marc Bloch: «Nuestra memoria es un instrumento frágil e imperfecto. Es como un espejo que presenta desconchados en el azogue, como un espejo desigual que deforma las imágenes que refleja». En cuanto a la segunda, conviene no confundirla con la historia, si bien en la mayor parte de los casos se nutre de ella, y es un término mucho más complejo de lo que aparenta por su uso generalizado hoy día en que se suele presentar como equivalente a la memoria histórica. En cuanto a saber ponerse en el lugar de otro, es lo que denominamos empatía y resulta muy aconsejable para relacionarnos con los demás.

La semana pasada me enfrenté a una situación ante la cual nadie puede ser indiferente. Visité una fosa común de víctimas de los golpistas de 1936, ejecutados a finales de agosto de dicho año. La excavación se desarrolla gracias al apoyo de la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía (con la colaboración del ayuntamiento de Monturque). Fui a instancias de un amigo porque, por los testimonios existentes, quienes se encuentran en esa fosa eran egabrenses. Hasta el momento han aparecido siete cuerpos, algunos muestran señales de maltrato, y por la posición de los cuerpos se deduce que fueron arrojados, con las manos atadas, uno encima de otro en un lugar en el que aprovecharon la existencia de una cantera. Una vez más hay que clamar ante la injusticia existente en nuestro país porque aún no se haya llevado a cabo un plan sistemático de localización, y en su caso recuperación, de todos los españoles cuyos restos yacen abandonados en diferentes lugares sin haber recibido un enterramiento acorde con lo que cualquier comportamiento humano considera adecuado. Al mismo tiempo, resulta imposible no manifestar empatía ante los familiares que desean una tumba digna para sus antepasados. Aún recuerdo la satisfacción que experimenté hace pocos años al ver una tumba colectiva en el cementerio de El Rubio (Sevilla) donde se encuentra mi abuelo Tomás, y a quien hasta ese momento creía desaparecido. Junto a él están todos los asesinados en ese pueblo sevillano un día de julio de 1936 (hasta dieciocho, entre ellos una mujer). En mi opinión, de cuantos no respetan la memoria colectiva o son incapaces de mostrar empatía, podemos decir que su comportamiento es inhumano.

Pienso que todos los responsables políticos deberían visitar alguna de esas fosas, en particular tendrían que hacerlo dirigentes del Partido Popular, un partido que se ha negado, desde que ganara las elecciones en 2011, a hacer figurar alguna consignación presupuestaria para el cumplimiento de la denominada Ley de memoria histórica. Más allá de la responsabilidad política, que la tienen, está la consideración humana de los hechos de acuerdo con lo que enunciaba al principio. Y esto sorprende aún más cuando hace solo unos días, una figura de ese partido tan destacada como Javier Arenas declaró ante un tribunal que si Rajoy y él se habían reunido con Bárcenas y la esposa de este, Rosalía Iglesias, fue porque se trató de «una reunión humana y no política». Es decir, los máximos dirigentes del PP apelan a lo humano para reunirse con un presunto delincuente, pero no tienen capacidad para ver lo que tiene de tal la memoria de los represaliados ni el posible sufrimiento de sus descendientes.

* Historiador