Quizá haya excesivo ruido y el alma reclame un sitio donde serenarse. La corrupción política, el contradiós de la ONG progresista Intermon-Oxfam y el comportamiento errático de algunos jóvenes todavía muchachos enciende el fuego que atestigua que el infierno --lo mismo que el cielo-- está en la Tierra. Puede ser una huida pero mirar el cielo azul con un sol que te quita el frío y pasear por una ciudad llena de paisajes con historia mientras piensas es un placer que te posibilitan los sitios con belleza. Como este de la avenida del Alcázar entre los dos puentes, el paseo más romántico de Córdoba. Al fondo, las cúpulas de la Catedral, la torre de la Mezquita, el Alcázar y sus almenas y los dormitorios del Seminario, y ahí enfrente las farolas de 1832 y los cipreses, que no dejan de señalar al cielo, de las aceras de este paseo --en el que los caballos han vuelto a relinchar--, que separa con asfalto la vegetación de los jardines y el agua del río. Toda la historia está aquí: la del Jardín Botánico, que empezó a crecer al comienzo de la democracia municipal; y la de los Festivales de España en tiempos de Franco en los Jardines del Alcázar; la de las mujeres que convertían las orillas del Guadalquivir por las noches en un espacio de amores pagados cuyos códigos solo conocían sus interesados; la del sonido de las guitarras los meses de julio; la de la noche de los Cordobeses del Año; las presentaciones de libros en el Salón de Mosaicos del Alcázar; las primeras fotos de novios todavía en blanco y negro; los patios de los Mártires y de Cemento; la del método de solfeo LAZ, los pianos en tiempo de recreo y el alfabeto griego; la de la puerta de la huerta del Seminario una noche de feria, cuando todavía lucía aquella palmera, aún no desamortizada ni secularizada, a cuya sombra los seminaristas contaban historias y comían naranjas. Todo en esta avenida, el paseo más romántico de Córdoba, por donde empezó la historia, el lugar donde se te olvida Intermon-Oxfam, la corrupción política y ese desasosiego juvenil por la maldad. El mismo efecto benigno que te produce ver a amigos tuyos, ya abuelos, paseando el carrito del nieto o comprobar, en unas obras cercanas a tu casa, que aunque la pensión no suba mucho la historia les ofrece todavía a los jubilatas la visión de cómo trabajan los albañiles. Como los ojos del Puente Romano, casi siempre con lágrimas de agua, sonando con rumor de catarata urbana, le ofrecen a las palomas y gaviotas un lugar húmedo al sol. La continuidad de este paseo romántico es una conquista de la orilla del río con bares, restaurantes y terrazas-mirador. Por donde podemos huir de tanto ruido y serenar el alma.