Cuando la bóveda del mundo parece que se resquebraja de nuevo: Trump contra todos en defensa de su voto, sus granjeros y obreros empobrecidos; Rusia que se encapirota; Europa que no sabe cómo salir del atolladero de la globalización que la atenaza; Argentina que explosiona una vez más y, en fin, cuando hasta vamos dejando de protestar por el incremento constante del gasto militar, quedamos abatidos y pensamos que el mundo es solo esa amenaza enorme. Pero nada es más incierto, nuestro mundo es el que observamos a diario, el de las innumerables pequeñas cosas que suceden a nuestro alrededor y nos afectan en concreto.

Uno de esos pequeños--grandes dramas ocultos a nuestro lado es el padecimiento de los huérfanos de las víctimas de la violencia machista, los familiares que se hacen cargo de ellos y los amigos que los quieren y protegen.

El pasado lunes día 7 se celebró en el Senado la II Jornada Huérfanos Víctimas de la Violencia de Género, impulsado por el Fondo de Becas Soledad Cazorla, y de nuevo el testimonio de un joven alanceado por «un criminal que fue mi padre» sacó a la audiencia del confort del oyente aplicado hasta tal punto que el periodista que cubría el acto tiró el micrófono, derramó un manantial de lágrimas y aplaudió hasta que sobrevino de nuevo el silencio: «Es increíble, qué dolor, que historia...», decía en voz alta.

Josua Alonso leyó con buena entonación y emoción cierta unas cuartillas que alumbraban el dolor, la confusión y el abandono por el que tuvo que pasar (aún camina por una vereda perdida en la selva) tras el asesinato de su madre. Dejó a un lado por un momento su drama, el duelo y el luto para centrarse solo en los hechos: «Me siento abandonado». «Desde el asesinato de mi madre mi vida es un laberinto: declaraciones de herederos, impuesto de sucesiones, declaración de herederos, testamentos, cancelación de deudas, tutelas...». Este joven de 26 años ha sido (es) un personaje mayor de Kafka, un transeúnte anónimo perdido en la burocracia y atravesado por la confusión que camina sin destino «porque no hay protocolo de actuación para los huérfanos de la violencia de género», como remata Marisa Soleto, presidenta de la Fundación Mujeres, de forma un tanto administrativa.

El Fondo de Becas Soledad Cazorla, que impulsan sus familiares y gestiona la Fundación Mujeres, está sacando a la luz uno de esos dolores máximos que nuestra sociedad aún mantiene enterrado en la cuneta del olvido.

Centenares de huérfanos menores de edad desprotegidos al cuidado de familiares a los que sorprendió la vida con el bombazo de uno de los asesinatos más espantosos, el que perpetra el macho más cobarde sobre la mujer. Los políticos asisten a esta y otras jornadas y se hacen cruces, como todos, ante testimonio tan desnudos y genuinos, pero ahí se quedan, dándole vueltas al Pacto de Estado Contra la Violencia de Género que no llega: otro drama en standby, como casi todo en la España presente.

* Periodista