La reciente Asamblea Ciudadana que ha celebrado Podemos, no sé a usted, pero a mí me huele a transición. Tiene ese olor a nuevo que a algunos nos trae el recuerdo de nuestra última transición democrática. Tiene todos los ingredientes, pues como sucedió en aquel entonces era muy sencillo para los recién estrenados partidos democráticos enarbolar consignas y pergeñar discursos cargados de verdades democráticas elementales. Y digo que era muy fácil, porque la falta de libertades y derechos fundamentales durante la dictadura franquista nos entregó los valores democráticos inmaculados, pues nadie los había usado en cuarenta años. Ahora, han pasado ya casi otros cuarenta años de democracia y desde luego esos valores democráticos los hemos usado. Y ahí está el verdadero nudo gordiano del asunto: los ciudadanos tienen no la sensación, sino la certeza de que se ha hecho un mal uso o un desuso de ellos en pos de conductas desnudas de ética. Por supuesto, toda esta felonía por parte de un sector significativo de la política. Si no, las frases que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha lanzado en su última asamblea no sonarían a transición política: "El problema de la crisis es que estamos gobernados por golfos y mangantes" y "los que rompen España son los que tienen cuentas en Suiza o en Andorra, sean de CiU, del PP o del PSOE, no tienen bastante con las cuentas bancarias". Ni que decir tiene que el problema no es que Iglesias las suelte, sino que entrañan, aún en su hiperbólico planteamiento, una parte sustanciosa de verdades. Pero no de unas verdades teóricas o filosóficas, sino las verdades del barquero, esas que entendemos todos y que últimamente el pueblo sufre y viene sufriendo en sus propias carnes.

Es obvio que huele a transición, pero el problema es que algunos ni la huelen y deberían olerla.

* Publicista