Cuando un partido político ganador de unas elecciones se enfrenta a una sesión de investidura con una mayoría bastante como para no necesitar apoyos para formar gobierno, el poder es una cuestión solo de trámite. Pero cuando esos apoyos son vitales para poder gobernar entonces el poder ya no es un mero trámite por el que a través de una serie de requisitos parlamentarios y legales se corona, sino que se convierte o se intenta mudar en un trueque. Por supuesto, que no se piense que se trata de endilgarle un sentido peyorativo al poder. Ni mucho menos. El poder es necesario y conveniente cuando se estable como un medio para alcanzar un fin, o hablando en términos políticos, para aplicar un programa gobernando. El problema y la perversión en cuando el poder se confunde con el objetivo. Es decir, cuando de lo que se trata es de obtenerlo ya sea a plazos, en porciones o liofilizado, pero eso sí, conquistarlo aun a pesar de saltarse todas o algunas de las promesas electorales que han sustanciado los votos. Como resulta que Susana Díaz necesita apoyos ha sacado el perfume de su embalaje de regalo electoral y lo ha puesto de probador para que quién quiera huela ese olor suave, seductor y penetrante del poder y así poder obnubilar esas posturas casi intransigentes del resto de los partidos políticos con las lacras que han acompañado al PSOE en Andalucía en estos últimos lustros. La verdad es que el poder debe de oler muy bien, pues uno asiste atónito a cómo la mayoría de los partidos si no terminan de bajarse del burro ponen un pie en el suelo. Desde luego, la verdadera razón de estas más o menos tímidas bajadas de pantalones no las conocemos en detalle pues pertenecen al intra muros de la política, pero lo que sí sabemos es que es el poder como fin lo que está detrás como en otras muchas ocasiones. Lo dicho: huele a poder.

* Mediador civil y mercantil