La primavera, siempre se ha dicho, es el escenario ideal para la poesía: luz nueva, sol, vida, y sobre todo, flores. La naturaleza que se conmueve por dentro y arroja cálidamente la vida nueva en los campos, mientras se cierne sobre todos la brisa de un amor que se abre paso, al compás de los nuevos paisajes. En su libro Canciones sobre el asfalto , Rafael Morales, poeta perteneciente a la primera generación de la posguerra, escribe: "La poesía, por lo que de divinidad pueda tener, se encuentra en todas partes. No la busquéis tan solo en las aguas de un arroyo o en los cálidos ojos de la mujer querida. Bajad tambien entre los lodazales, entre las yerbas de la primavera que se pudrieron... ". Y es cierto, si nos fijamos bien el latir poético podemos encontrarlo en los paisajes de mayor contraste, tanto en el rocío de la mañana, como en el sudor de la frente de un trabajador. Toda realizad puede ser ocasión de belleza. El secreto radica en una verdad que ha adivinado el poeta que siente la necesidad de comunicársela a los demás. Y para demostrarlo, Rafael Morales nos ofrece un poema de amor a sus zapatos. ¿Es posible? Aquí tienen los primeros versos de la cancioncilla: "Los zapatos en que espero / el tiempo de mi partida / tienden dos alas de cuero / para sostener mi vida. / Bajo la suela delgada / siento la tierra que espera. / Entre la vida y la nada / ¡qué delgada es la frontera!". Dos cuartetas, con sabor al más puro barroco, le sirven al poeta para comunicar la fragilidad en que se afianza la vida humana, la delgada frontera entre la vida y la muerte. La nada que cita el poeta no tiene nada que ver con el nihilismo contemporáneo. Los zapatos le sirven para expresar la evidencia de nuestra partida; pero al mismo tiempo, para manifestar el agradecimiento por una realidad material, los zapatos, transfigurados en dos alas vigorosas que nos sostienen. ¡Poesía pura, sencilla, cercana!

* Sacerdote y periodista