La normativa legal es la que recoge las distinciones y tratamientos en nuestro país, y una ley catalana de 2008 atribuye el tratamiento de Muy Honorable al presidente de la Generalitat. Ese tratamiento protocolario que reciben todos los presidentes de la Generalitat, incluso después de dejar el cargo, ya fue objeto de revisión en julio de 2014 cuando Jorge Pujol reconoció que durante 34 años había mantenido una fortuna oculta en paraísos fiscales y renunció a sus privilegios y tratamientos oficiales, entre los que desde luego el de «muy honorable» como «honorable» a secas, le sentaba como a un santo dos pistolas.

Me pregunto ahora, tras la espantada legal, primero, y física después, de Charles Puigdemont --Carlos, en Soto del Real--, si tendremos que seguir dándole el tratamiento, pensión y coche oficial, que no se merece, incluso destituido de su cargo. Y sobre todo, me pregunto por extensión qué concepto tenemos hoy de la honorabilidad de una persona. Según la Real Academia Española (RAE) es la cualidad de quien es digno de ser honrado, por su honestidad, nobleza, virtud y decencia. La honestidad, el primer capítulo de la sabiduría como la definiese Thomas Jefferson, es incompatible con la mentira y la falsedad en la que este Rey Desnudo, en su versión catalana del Traje Nuevo del Emperador, ha venido paseándose sin pudor y tirando hacia el monte desde hace meses. La nobleza es incompatible con la vileza de la huida, y con declarar el viernes la independencia ante el fervor de los hooligans para abandonarlos a continuación por la puerta de atrás. La virtud de cualquier gobernante resulta contraria con la falta de diálogo y con la inadmisible imposición de unas ideas que han llevado a la fragmentación social y la huida masiva de empresas, sin citar por demás al deterioro institucional y el frentismo conseguido. Y la decencia de una persona no es compatible con la indignidad de la manipulación masiva y la cobardía de la traición, tanto ante quienes se juró la lealtad incumplida como ante quienes has pedido que te sigan en tu rumbo vacilante y equivocado hacia el precipicio.

Me pregunto cuantos trileros honorables y evanescentes se mueven en el escenario de lo político y aún de lo público, ante la mirada perdida y cansada de una ciudadanía atónita y hastiada de falsos líderes. Por suerte, nos queda el consuelo de la mayoría de las gentes, de esos ciudadanos realmente honorables e íntegros, de las personas de bien honestas y decentes que se esfuerzan cada día por dar lo mejor que tienen, de quienes te acompañan sin pensarlo otro tramo del camino, de quienes van de frente por la vida sin trampas ni coartadas ni atajos. Estos son quienes realmente escriben la historia de los pueblos. Como escribiese el poeta ruso, llegará un día en que nuestros hijos, llenos de vergüenza, recordarán estos días extraños en los que la honestidad más simple era calificada de coraje.

* Abogado