Quiero contarte, niña, la historia de un héroe / que nunca se rinde, siempre prevalece/

No temas cariño, tú no me llores/ Todo se pasa, son cosas de mayores».

He conocido al hombre que sabía llorar. Porque hace tiempo que muchos de esos tópicos típicos de tiempos pasados quedaron sepultados. Aquella frase de la madre de Boabdil que le inquirió «Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre» es hoy tan antiguo como machista.

Yo tengo un amigo que sabe llorar; porque no es delito llorar por las cosas que se aman. Y no hay nada más amado que un hijo (aunque, en ocasiones, haya padres que jamás merecieron serlo). A veces, en contadas ocasiones, la legalidad nada tiene que ver con la justicia. Prevalecen una serie de automatismos que vulneran derechos esenciales. Hablo de esos padres separados que no pueden disfrutar de sus hijos. Y, por supuesto, antes de la avalancha de improperios que pueden desatar mis palabras, quiero aclarar que hay que hablar de casos concretos. Jamás defendería a alguno de esos progenitores que olvidaron su labor de padres o, peor aún, abusaron de ella -ya sea con maltrato físico o psicológico. Nunca se debe exigir un derecho sin acatar un deber.

Yo tengo un amigo que sabe llorar. Que muere por no ver a sus hijos durante semanas; por disfrutar de cada anécdota del colegio. El cariño no es un músculo, pero se ejercita. Aborrezco que los problemas de adultos sean inculcados a los menores. Ellos son mentes limpias que absorben lo que ven. ¿De verdad hay gente que quiere educar a un hijo en el desprecio absoluto a unos de sus padres? No lo entiendo.

Yo tengo un amigo que sabe llorar. Seguramente tendrás mil defectos: podrías tener empleo fijo, una impecable educación y guardar silencio, a veces, para no dejarte llevar por los impulsos. Pero saber llorar no es uno de esos defectos. Hace unos días escribiste en una conocida red social que nadie escribe sobre este tema. Yo lo hago pero no para defenderte, sino porque creo que vives una situación injusta. Los juzgados se colapsan de denuncias de tertulianos y famosillos a los que han «mancillado el honor» y estos casos graves se perpetúan en el olvido.

Sigue llorando, amigo. Algún día esas lágrimas serán solo de felicidad.

* Escritor