Hace ya más de diez lustros, y de la mano de sus consiliarios diocesanos Antonio Granadino Salmoral y del llorado Daniel Navas Morcillo, tuve la fortuna de acercarme a la JEC para penetrarme de su método y formación en el alma. Viví una experiencia militante que marcaría mi vida, lo que me sirvió para fraguar un sólido compromiso con la izquierda que aún perdura. Ahora, cuando a mi memoria vuelven aquellos días que se fueron, sus imágenes pasean de nuevo por mi retina para evocar que en esos mismos años también supe acerca de la Hermandad Obrera de Acción Católica, el movimiento especializado de la Iglesia romana para su aproximación al mundo del trabajo. Una organización obrera que surgiera en España, en 1946, tras una visita ad limina de los obispos al Papa Pacelli. El encargo de su fundación se lo hicieron al hoy siervo de Dios camino de los altares, Guillermo Rovirosa, quien sobre una postura mucho más liberal y abierta quiso hacer una especie de sindicato cristiano independiente del régimen de Franco. En aquellos años, no pocas veces, sus militantes se lanzaron a la calle para encabezar protestas contra la dictadura y luchar también por las mejoras sociales de la clase trabajadora, pasando algunos de ellos a desempeñar un rol destacado en la reconstrucción del movimiento obrero de nuestro país, incluso colaborando activamente en la fundación de la USO y de las Comisiones Obreras. En su primera etapa, su compromiso social fue enorme, si bien un cambio de rumbo en aquellos convulsos años llevó a los mitrados españoles casi a acabar con la organización, a pesar de que el Papa Pablo VI viera aquello como un error de bulto. Numerosos militantes pasaron entonces a engrosar las filas de los partidos clandestinos de izquierdas, siendo raro ver durante la Transición a políticos que, por unos u otros motivos, no hubieran tenido algún tipo de contacto con la referida hermandad eclesial. Aún recuerdo su estructura organizativa: aquellas células de media docena de personas, los equipos que las agrupaban, su asamblea general, a la que acudían todos los afiliados de la diócesis, así como sus planes de formación política y aquellos otros cursos tan interesantes para la adquisición de la condición de militante, como igualmente ocurría en otros movimientos especializados de la Iglesia. Sus ediciones de libros y revistas, con noticias obreras que aún conservo, gozaron de gran prestigio entre los estudiantes universitarios de mi generación.

De igual manera, me vienen ahora al recuerdo sus gentes y se me agolpan algunos de sus nombres en Córdoba, como el del cura Domingo García, quien trabajó como jornalero en Bujalance junto a Salvador Puertas, mientras ambos practicaban el método de la revisión de vida; también el de los igualmente presbíteros y consiliarios durante años Antonio Navarro, Domingo Ruiz Leiva, Valerio Molina y Rafael Herenas, al igual que el de José Luis Molina, su actual presidente diocesano; el de los militantes Diego Delgado, Juan Calvo, el de la histórica Lola Castilla o bien el de Manolo Díaz, quien pertenece al Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos y, cómo no, el de Francisco Povedano Cáliz, toda una institución en la hermandad obrera, presidente diocesano durante años y miembro de CCOO durante la clandestinidad, entre otros muchos militantes más, quienes con su testimonio en los sectores más empobrecidos y en las periferias del dolor tanto aportaron a la Iglesia diocesana. Su lucha fue constante en los barrios, sobre todo contra la precariedad y explotación en el empleo, siendo su lema principal que sin un trabajo digno no sería posible construir una sociedad decente, y al contrario, que sin una colectividad honesta, jamás sería factible tener una ocupación apropiada. Fueron siempre una llamada a la sociedad, y sus concentraciones callejeras de oración o de denuncia contra la exclusión social fueron una señal oportuna en la ciudad de la Mezquita, al igual que sus vigilias por el trabajo, contra la siniestralidad y la erradicación de la pobreza. Ellos siempre entendieron que no se puede creer en Jesús de Nazaret sin que te interpelen algunas realidades sociales; de ahí que durante años llevaran a cabo una misión de fronteras, de periferia, como bien afirmara recientemente su presidente nacional, José Fernando Almazán, quien en la Eucaristía del 70 aniversario manifestó que la organización había estado de forma permanente donde creyó necesario, pese a los impedimentos y dificultades de cada momento, intentando ser Iglesia comprometida en el ámbito del trabajo y, a su vez, cómo no, mundo obrero dentro de la institución romana. Ahora que, entre las brumas matinales de otoño, por mi retina pasean aquellos días que se fueron, no quisiera dejar de unirme a tan sentida conmemoración, para que así el testimonio obrero de fronteras de la HOAC vuelva a habitar en mi corazón.

* Catedrático