Cuáles son los complementos que engolosinan cuando alcanzas el poder? Muchos y muy variados. En la Casa Blanca, es propio cambiar la relación de bustos predilectos que el presidente saliente colocaba en el Despacho Oval. Tras Obama, Martin Luther King estaba nominado para abandonar ese puesto, sin muchos miramientos al cuarenta aniversario del fallecimiento del Nobel de la Paz. Quien se convierte en nuevo huésped del número 10 de Downing Street, deseará cambiar la antigua visita del lechero por esos breves pasos hacia el micrófono situado delante de la residencia del primer ministro, una locución reservada a las declaraciones solemnes o a una crisis de Estado. ¿Y en España? La viñeta de los sueños situaría al nuevo titular de la Moncloa dándose un paseo por esos jardines que aromatizan la soledad del poder. Pero hay algo que gustirrinea más que las caminatas monclovitas: voltear el cuadro de mandos y la parrilla de la televisión pública.

El sanchismo ha fijado como uno de sus primeros pasos la remodelación de televisión española, tan alejada del monopolio de audiencia como España de sus antiguos dominios ultramarinos. El oreo que se concierta en cada cambio de Gobierno se hace incluso más vocacional cuando el espectro se inclina hacia la izquierda. Y en esos nuevos propósitos siempre surge la voluntad de la diversidad y la transparencia. Un vicio crónico del presente es darle una brochita de ingenuidad y condescendencia al pasado, entre otros motivos porque Atila sería terrible, pero cualquiera de sus estatuas no nos hace ninguna pupa. De la misma forma, nuestra arrogancia es proclive a otorgar dosis de candidez muy altas a generaciones anteriores, como si fuera imposible que hoy día volviese a colar y, consiguientemente, aterrar, el serial radiofónico de Orsons Welles. Estúpidos: La guerra de los mundos está hoy a la vuelta de cualquier esquina, y ha ayudado a decantar la balanza en unas elecciones presidenciales norteamericanas, a darle un achuchoncito al Brexit, o a apostar al jaraneo en la crisis catalana. La enésima paradoja es que la televisión vive una nueva edad de oro, mientras que los medios alternativos hacen que su formato vaya perdiendo importancia. Por si acaso, el movimiento de ficha del nuevo Gobierno socialista quiere recuperar antiguas referencias, puede que peligrosamente fijadas en modelos anteriores. Ya lo dijo Sabina en su Peces de ciudad: al lugar donde fuiste feliz nunca debes volver. Pero me temo que ya se está buscando a la reencarnación de Pilar Miró, y a hacer un casting para una nueva Bruja Avería. Nos atreveríamos también a realizar una pregunta escatológica, elucubrando con un regreso tarradelliano de Las Vulpes, en plan “ya estamos aquí”.

Pero lo más grande sería la capacidad de autocrítica. En esta retahíla de aniversarios, tampoco vendrían mal los treinta años que se han cumplido -igual que el Tour de Perico- de aquel auténtico choteo a la censura que fue el programa de Javier Gurruchaga. Hay que resaltar dos momentos cumbres de Viaje con nosotros, que con el tiempo convirtieron el Ebro en el Valle del Rift: Por un lado, empezó un tremendo escozor en el nacionalismo catalán, que vieron un ultraje la parodia de Boadella y Gurruchaga en la que la Moreneta le echaba una filípica a los jugadores del Barça. Quién sabe si ahí comenzó a fraguarse el desquite del tres por ciento. Más cintura, hoy poco imaginable, fue contemplar a Gurruchaba trasmutada en Victoria Prego. Y había otros actores enanos antes que Tyron Lannister. El susodicho se llamaba Hervé Timarché y, salvo en estatura, era clavadito a Felipe González. No sabemos hasta qué punto Pedro Sánchez está dispuesto a aceptar el reto con el pasado.H

*Abogado.