Tras el varapalo de Barcelona con la sede de la Oficina del Medicamento de la UE, las redes sociales ardieron. Primero acusándose mutuamente constitucionalistas e independentistas del desastre. Pero ya saben el dicho: «Si alguien se tira más tiempo buscando responsabilidades y culpas que soluciones, el problema es él».

En segundo término, a base de comentarios cruzados entre madrileños y barceloneses; Los primeros, choteándose de la reciente desgracia de la Ciudad Condal. Los segundos, recordando que tampoco a Madrid le fue bien, por ejemplo, con las tres veces que intentó ser sede olímpica.

Es un ejemplo de esos típicos piques entre ciudades, como en estos días pasa, por ejemplo, en EEUU entre Los Ángeles y Nueva York; en Europa secularmente entre París, Londres o Berlín; en Andalucía entre Málaga y Sevilla, sustituyendo a la que hace siglos existía entre las medievales Sevilla y Córdoba. (Por cierto, se nos olvida que el mayor pique peninsular que ha existido y durante más tiempo ha sido entre Córdoba y Toledo). O históricamente, entre Atenas y Esparta, Cartago y Roma, Génova y Venecia... Incluso bueno es recordar que hace solo cuatro siglos Madrid con quien estaba enfrentada era con Valladolid, y Barcelona con Reus.

En todo caso, en estas rivalidades incluso puede verse, en cierta forma, cariño. Incluso el rechazo más visceral es una forma de prestar atención, que como dice el refrán «no hay peor desprecio que no hacer aprecio».

Quizá lo mejor sea tomar esas rivalidades entre las ciudades en su justo término, primando lo que de disimulada admiración conlleva, sin ignorar el pique pero dejándolo solo en lo que es: un aspecto folclórico.

Eso sí, salvo esa rivalidad que va para 400 años en Los Pedroches entre mi pueblo, Villanueva de Córdoba, y el de mi abuela Mercedes, Pozoblanco, plenamente justificado para mí como jarote.

Y por favor, entiéndame la ironía y el humor que he puesto en el pasado párrafo. Que con las redes sociales, que no entienden de bromas ni sutilezas, ni quiero ningún follón ni me parece que merezca la pena.