En términos algo grandilocuentes y toscamente hegelianos podría afirmarse en tono menor que ambas materias son expresiones de la fenomenología del espíritu o, de modo más sencillo, que entre una y otra caben comparaciones, referencias naturales y alusiones infinitas a su presunta o real semejanza y, en algunos extremos, incluso identidad. Pero no por ello los lazos y conexiones entre las dos han de analizarse a la buena de Dios y de forma acrítica. Un ejemplo relevante y de la actualidad más candente vuelve a ponerlo de relieve con singular patencia.

El muy seductor y juvenil líder de una reciente formación política con innegable atractivo en sectores dinámicos de nuestra siempre átona sociedad --Ciudadanos-- decía en la conclusión de su último Congreso nacional que su remozado partido iba gobernar en los próximos años (cuando alcance la ansiada meta del poder estatal) como «los liberales de Cádiz...», reafirmando así la principal línea orientadora de la fuerza por él comandada. Como planteamiento general no podía por menos que imantar favorablemente a sectores muy amplios de la opinión pública, en la que las Cortes de Cádiz han gozado y gozan de un halo de universal simpatía. Y pese a su desvaído y muy decepcionante bicentenario en fecha última, es un episodio luminoso de los orígenes de nuestra contemporaneidad no del todo desconocido por las generaciones del día, horras o refractarias a cualesquiera conocimientos históricos, quién sabe si por culpa --completa o parcial-- de los mismos profesionales de Clío, entre los que se cuenta, harto modestamente, el articulista...

Mas el paralelo trazado por el prometedor y hasta carismático líder para estratos cualificados de la colectividad nacional resulta a la luz de la historia desafortunado. Los liberales ya gobernaron y de modo deficiente en la primera experiencia constitucional, en los mismos y postreros años de la guerra de la Independencia. Lo harían de nuevo, según es harto sabido, un sexenio más tarde, en el entusiasta y caótico Trienio Constitucional (1820-23). Las dos etapas relatadas, en especial, la última y más importante, dejaron meridianamente claro que sin la asistencia de una burguesía --raquítica en la España de la época-- y frente al rechazo de la Corona, la Iglesia y la aristocracia, solo mediante un acto de fuerza protagonizado por el Ejército el liberalismo podía, paradójicamente, encaramarse a la pirámide del poder y desde allí establecer un sistema constitucional con el que hacer entrar a la sociedad hispana por las sendas de la modernidad.

De ahí, pues, la ausencia de tino o la falta del kairós idóneo para restablecer este áureo modelo en las fechas que corren. Sin unas clases medias y una burguesía comprometidas de hoz y coz con el proyecto de la susomentada formación, despertar al «tigre» no sería quizás demasiado pertinente. Naturalmente que el Ejército hoy poco o nada tiene de «tigre» y su mentalidad es nítidamente progresista, sin veleidad alguna de reivindicaciones de memorias o funciones separadas de la estricta subordinación a los auténticos poderes de un Estado de Derecho. Empero, con todo, no resulta desde luego aconsejable envolverlo ni siquiera por vía de referencia historiográfica en la dinámica de los partidos políticos hodiernos.

* Catedrático