Que la vida iba en serio el PSOE lo empieza a descubrir ahora. Pase lo que pase esta noche, hay más de una grieta subterránea no solo entre los cimientos del partido, sino también en su proyección social. Hay que tener en cuenta que el PSOE no es un partido solo de sus militantes, sino de una buena parte de la población que, durante muchos años, ha asimilado sus propias ideas de la izquierda en el posibilismo del PSOE. Si hay algo que siempre ha resistido dentro de la izquierda es un debate cíclico, una especie de pugna estomacal y no siempre pacífica para llegar a la esencia del espíritu que cree representar: algo así como Juan Ramón Jiménez dejando cada vez más desnudo el poema, que se pasaba a veces; porque, más que a la esencia, llegaba a la desnaturalización de esa belleza. Todas las versiones de la historia que nos han representado hasta hoy mismo tienen su pirotecnia de artificio, de una cierta manipulación de la verdad que ha sido, como si cada uno quisiera ocultarnos de pronto su papel en la escena, algo así como Antonio Hernando renegando del «No es no» justo después de la defenestración de Pedro Sánchez, después de haberlo defendido con uñas y dientes éticos, y estratégicos, mientras esperaba la alianza que jamás llegaría.

Nadie nos ha dicho la verdad. El discurso digamos oficialista, representado por Susana Díaz y, en menor medida, por el tapado Patxi López, trata de vendernos un relato en el que Pedro Sánchez es el gran culpable de la debacle socialista de las últimas elecciones. Esto es cierto, en parte. Pero en otra parte, no del todo: porque no sería justa, ni tampoco cierta, una narración de los últimos años que renunciara al lastre preparado por José Luis Rodríguez Zapatero y su primera gestión de la crisis económica, aquellos brotes verdes, ni tampoco la inexistencia brutal de una oposición seria al Partido Popular, por parte de un Alfredo Pérez Rubalcaba que fue un espectador de su propio desgaste. Luego llegó Sánchez, que protagonizaría sus propios errores, pero el escenario había cambiado: la oposición no tanto indolente, como permisiva de Pérez Rubalcaba, había dejado demasiado espacio libre a la izquierda, es decir: el abismo, una inmensidad. Cuando Pedro Sánchez tiene que protagonizar su propia serie también encara la autoría de sus despropósitos, pero el escenario ya ha cambiado y también la proyección ciudadana del PSOE: ante la mayor oleada de corrupciones varias del PP, aunque ahora nadie se acuerde, quien políticamente pone al ejecutivo de Rajoy contra las cuerdas de la corrupción no es el PSOE, sino el hoy olvidado UPyD. Con lo cual, cuando Pedro Sánchez sube al escenario, ha de enfrentarse a un nuevo actor que no vivieron Rubalcaba ni Zapatero, pero que en parte colaboraron, si no a crear, al menos sí a espolear, con su vacío anterior: Podemos. Porque sin indignación no habría habido Podemos. Es más: sin equiparación entre el PP y el PSOE -insisto: aquella primera legislatura de Rajoy prácticamente sin oposición- no se habría dejado el campo abierto.

Con lo cual, los resultados de Pedro Sánchez, siendo malos, no eran tan malos si tenías en cuenta que el tablero era otro, y las reglas también. Pero en su deuda definitiva, revelada finalmente en aquella entrevista despechada que concedió a Jordi Évole, está el haber buscado hasta la extenuación -no solo suya, sino colectiva- un pacto imposible. Porque ni el PSOE puede pactar con los independentistas, ni Podemos ha querido nunca -quizá sí Errejón- pactar con el PSOE, a pesar del lamento y del masaje verbal que Sánchez estaba dispuesto a dar a Pablo Iglesias tras su tercer rechazo.

Pablo Iglesias pensará que él es el que gana, y quizá sea verdad: pero únicamente a medio plazo. Si lo que buscaba era que el PSOE reventara por dentro, mientras aseguraba que iba buscando esa unión de izquierdas que muchos desearon, pero que solo algún iluso finalmente creyó -véase Alberto Garzón-, lo ha conseguido. Es curiosa la relación de amor -secreto- y odio que mantiene Iglesias con la historia del PSOE. Desde hace tiempo estoy seguro de que le habría gustado ser Felipe González y asomarse de nuevo a la ventana del Palace con el puño levantado, sostenido por la mano briosa de Alfonso Guerra, y decir: Hemos ganado. Pero en este proceso vamos perdiendo todos, no solo el PSOE, mientras Mariano Rajoy sigue sacando brillo a su sofá con la bata de la siesta y el Fiscal Anticorrupción es más intocable que Eliot Ness. Por desgracia, así se escribe la izquierda.

* Escritor