El primer templo para honrar a una deidad se erigió en España en Cádiz. En el siglo I a.C. Estrabón refiere en su Geografía que los de Tiro levantaron en Gadeira, Archipiélago de la Bahía de Cádiz, en una de sus islas, un templo en honor al dios Melkart. Con la dominación de Cartago se le siguió tributando culto, pero con la romana pasó éste a Hércules.

El historiador latino Pomponio Mela (Algeciras 15 d.C.- 45) informa que en ese templo estaba enterrado Hércules. Tito Livio nos dejó escrito los personajes ilustres que visitaron el templo y nos cuenta: Aníbal llegó a la isla para ofrecer al dios sus votos antes de emprender la conquista de Roma. De este templo Julio César tuvo un sueño que le auguraba el dominio del mundo, después de haber llorado ante el busto de Alejandro Magno, por haber cumplido su edad sin tener alcanzado un éxito importante como él los tenía. Esto se lo escribió César el año 60 a.C. en Córdoba a su amigo Lucilio Marco Santaiellus. En esa carta se pueden leer las ambiciones que tenía y que no había podido conseguir.

El dios Jano (en latín Janus, Ianus) en la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por ser de los comienzos le fue consagrado el primer mes del año y se le invocaba públicamente el primer día de ese mes que derivó de su nombre. En latín Ianuarius a Janeiro y Janero, en español enero. Dentro de los muchos apelativos que recibe este dios, vale la pena destacar dos: Jano Patulsio (patulsius), que era usado para invocar la cara del dios que se ubicaba delante de la puerta por quien deseaba entrar. Pero, como complemento, la cara que se le opone a esta, la del otro lado, es invocada como Jano Clusivio por quien deseaba salir (clusivius).

El 206 a.C. Córdoba es tomada por el general Cayo Lucio Marcio Séptimo, pasando la ciudad a ser romana ese mismo año, de la que ya no se separará. En la batalla de Ilipa (Alcalá del Río), quedó prácticamente bajo dominio romano el valle del Betis. En estas guerras han quedado en el recuerdo los caudillos cordobeses de nombre: Arauricus y Phorsis

En Córdoba existe una creencia: que donde estuvo la Basílica de San Vicente Mártir, y luego parte del emplazamiento de la Mezquita-Catedral, estuvo construido un templo dedicado al dios Jano. Sobre este emplazamiento hay dos versiones: una que este dios bifronte, que tenía una cara seria, la de la victoria de la guerra; y la otra alegre, que era la cara de la paz. Fue el dios Jano según historiadores, el más antiguo del Lacio. Dice la leyenda que «cuando murió fue divinizado y para salvar el Capitolio, invadido por los Sabinos, hizo brotar ante ellos una fuente de agua hirviente que los puso en fuga. Para conmemorar este hecho se decidió dejar en tiempo de guerra siempre abierta la puerta del templo de Jano en el Foro, para que el dios pudiese acudir en auxilio de los romanos».

Estos, deseosos de tener paz en España, construyeron el templo del dios Jano, porque desde el 197 a.C. hubo guerras. Primero se levantaron los pueblos íberos, aunque Córdoba no se unió, y pronto fueron sometidos, y después las tribus celtibéricas y lusitanas el año 183. Esto hizo padecer a Roma hasta el 133. Dice la tradición que el templo fue edificado en Córdoba fuera de las murallas y próximo al puente y el motivo fue porque era el dios de los «comienzos, portones, puertas y puentes», y su edificación se hizo para celebrar la construcción de las murallas y del puente sobre el río Betis.

En el 152 a.C. Roma mandó por primera vez a Marco Claudio Marcelo a Córdoba con un buen número de infantes y jinetes, se enfrentó a Litenón tomando de nuevo Ocilis (Medinaceli). Les solicitó la paz, y fue aceptada. Luego invitó, por medio de embajadores, a todos los pueblos que solicitaran la paz, cosa que consiguió, pero el Senado de Roma desechó el pacto. Después surgieron varias guerras y los hechos de Numancia. Estas guerras junto a las lusitanas nunca habían producido a Roma tanto oprobio, destrozos y estragos y además, para más deshonra, todo provocado por unos pueblos que se dedicaban al pastoreo y a la agricultura. Cicerón dice de los numantinos que fueron el «terror imperii».

Plinio y Lucio Anneo Floro fueron algunos de los que ensalzaron la resistencia de Hispania convirtiéndola en un mito; pero Floro, retórico, historiador y poeta, nacido en el último tercio del siglo I d.C. en Córdoba, perteneciente a la saga de los Annaeus, fue el que más se distinguió. Escribió Una historia universal a través del engrandecimiento de Roma, y en ella ensalza, diseminándolas en su obra, a Hispania y enaltece los hechos en ella acaecidos. Sobre esto escribe Víctor Alba: «El sentido profundo del hispanismo de Floro no radica en haber elogiado a España. Su excepcional interés consiste, por el contrario, en tratar de España en íntima conexión con el destino de Roma; en mantener un criterio cohesivo y constante a través de los distintos pasajes; en valorar más el aspecto ético que ningún otro. De ahí el relieve de España en el conjunto de la concepción historiográfica de Floro. De ahí también que este autor sea el máximo hispanista de toda la literatura latina».

Y se podría terminar con lo que en uno de sus escritos dice Apiano de Alejandría «Queden, sin embargo, estos asuntos para los que tratan épocas remotas».

En la época arcaica Jano era simplemente un dios ligado a los ciclos naturales de la siembra y se puede pensar que en Córdoba se construyera por este motivo.

* Ingeniero Técnico Indutrial. Académico correspondiente