Hay instituciones, organismos y otras entidades sinónimo de lucro --antes se decía "sin ánimo de lucro", pero visto lo visto ha habido que actualizarlo-- que basan su existencia en la pura hipótesis. Unos (los que se mueven a golpe de encuestas) hacen, organizan o gobiernan de determinada forma por si con ello ganan votos. Otros queman papeles --y achicharran de tanto uso la máquina destructora de papeles-- por si pierden elecciones. Algunos se pegan a éste o a aquél por si les cae algún cargo. Y, los más, hacen o deshacen lo que les compete por si está bien o mal visto, que en un país donde los hidalgos se ponían miguitas en la barba para hacer creer que habían comido, es el summum del qué dirán. Pero el remate del tomate, la cumbre de la hipótesis hecha carne, el colmo de la ofrenda pagana a lo probable, el ránking de la acción en base a lo posible, lo encabeza, sin duda, la Generalidad catalana y su entramado de independentistas asimétricos. No solo abre decenas de embajadas con nuestro dinero por si alguna vez se independiza Cataluña, sino que ahora también planea la expropiación de bienes que son del Estado por si algún día les cae encima la lotería romántica, dieciochesca y decimonónica del sueño de la independencia, un sueño que, como el de la razón --como decía Goya-- produce monstruos. Puestos a hipotetizar, el Estado podía hacer lo mismo. Es decir, el tratamiento a la inglesa ante la inminente independencia de sus antiguas colonias. En tal tesitura, Inglaterra dinamitaba edificios, infraestructuras, y se llevaba los restos útiles. Las hipótesis las carga el diablo.

* Profesor