El tipo que se presenta en una manifestación dura con su hijo de tres años sobre los hombros no está pensando en su hijo. Eres su padre. Eres el cuerpo que debería ponerse en medio del pelotazo de goma, y no detrás. Eres carne de Asuntos Sociales y deberían quitarte la custodia. Si quieres generar su odio visceral a la España opresora, con Franco resucitado como en la novela de Fernando Vizcaíno Casas y los sótanos de la DGT de nuevo abiertos a las torturas y la lapidación de derechos, tienes bastante con tu adoctrinamiento doméstico, el odio tuitero de Rufián, la santería llorona de Junqueras y el rollo mártir clown de Puigdemont; pero, por favor, no pongas a tu hijo por delante. Que no te excite colocar a tu hijo ante el peligro, y no te enorgullezcas. Algo así se le podría decir al expresident, desde ese exilio fabricado por él, y seguramente sufragado, estancia y viaje, como el de los alcaldes de la vara, con nuestros impuestos: no celebres tanto que los chavales corten el AVE, que bloqueen su tráfico en Gerona cantando Els Segadors, porque estas campanas no solo doblan por ti, sino por ellos. Después de la huelguita de la semana, con el curso ya perdido para buena parte de las enseñanzas medias y la universidad catalana, escribe Puigdemont en Twitter: «Es un orgullo representar a un pueblo con tanta dignidad». Este hombre se alegra de lo que puede ocurrir, igual que el padre valiente con su hijo de tres años por escudo: siguen calentando la tensión para encontrar la foto que vender. Pero el único exilio que sufrimos es el de la verdad: hace siete años, ante la huelga del 29 de septiembre, Puigdemont, alcalde de Girona, consideraba en Twitter «lamentable» la actuación de los «piquetes que cortan el paso, que impiden servicios». En Madrid, como aquí, ciertos iluminados vocean por el pueblo catalán. Otra inexactitud, y otra mentira: los independentistas son solamente una parte de ese pueblo. A la otra la mantienen cercada en el andén.

* Escritor