Si hay algo de lo que ha estado siempre imperiosamente necesitado el género humano es de héroes. Pero no sólo de los héroes de la mitológica o el folclore, que también, sino de los de carne y hueso. Y existe esa necesidad ineludible en nuestra especie, pues desde Caín y Abel, necesitamos compensar o combatir esa naturaleza maligna y hasta, para algunos doctos, diabólica que se entronca en la esencia del ser humano. Por supuesto, el final de héroe, ya pierda o gane a su contrincante, es la muerte; aunque eso sí, gloriosa, pues sirve como poderoso ejemplo a sus congéneres. Y desde luego su vida, no es menos célebre pues en ella se encarnan sus ideas, acciones y valores casi siempre fundamentados en la solidaridad y la justicia social. Tal vez usted esté pensando que vaya rollo que le estoy soltando, pues los mejores héroes están a día de hoy en el cine. Pero le aseguro que nada más lejos de la realidad. Nuestro héroe de hoy tiene nombre y apellidos y aún su sangre está caliente. Se llamaba James Foley, era periodista estadounidense y ha sido decapitado por un miliciano del Estado islámico de Irak, llamado John, y ante una cámara de video. Pensaba, después de concluir el reportaje que le llevó en 2012 a Siria, dejar el periodismo y dedicarse al diálogo interreligioso. Paradojas del destino. La historia de James, la de su heroico cautiverio, ha salido ahora a la luz pública después de su muerte. Sus propios compañeros de penalidades la han relatado a los medios. Y no tiene desperdicio. Ha sufrido todo tipo de penalidades y vejaciones por su condición de estadounidense y católico, pero el resultado ha sido una fe inquebrantable en su propia conciencia y en sus propios valores. Y para colmo, la muerte le ha sido administrada por otro occidental, el tal John. La historia se repite: Caín y Abel y un mismo Dios, y entre ellos un héroe.

* Publicista