Viajar es siempre maravilloso, recorrer París o Londres, disfrutar y aprender de otras culturas, ver otras perspectivas... Pero seamos francos, sin niños mucho mejor. Lo confieso, después de veinte años criando ya no estoy acostumbrada a las servidumbres que los hijos nos imponen a ciertas edades y mucho menos si no son los míos.

Reconozco que nunca le encontré chiste a esos padres que se aventuran a viajar con niños pequeños, mucho menos a los que hoy lo hacen con bebés recién nacidos que lloran desconsolados en la cola de la Torre Eiffel, que alteran el silencio contenido durante el vuelo en el avión, o mientras disfrutas de la mejor cena en el sitio más íntimo de la isla de San Luis, sin que sus atrevidos progenitores entiendan que su bebé llora, claro que llora, porque ese no es el sitio para que este un bebé recién nacido con calor o frío, con hambre o sueño o incluso con gases en su barriguita... ¿cólico del lactante se llamaba?.

Es como lo de empeñarse en llevar a la feria a esos angelitos que sufren lo indecible bajo un calor de justicia ataviados con ropas que no comprenden y una flor pinchada en su pelo angelical, fino y sedoso, en el que nada debería posarse excepto la bruma de Nenuco; o reservar en un restaurante de diseño y encontrar la mesa de al lado tomada por unos padres que no entienden que su libertad termina donde empieza la del otro, por lo que ni los correteos, ni los llantos, ni las manías o los golpes de sus hijos forman parte del momento «Martini» del vecino.

He tenido dos hijos y desde luego con el primero pronto comprendí que no viajaría hasta que no tuviera la edad de fulminarlo solo con la mirada, mientras que la otra sobrevivió a todo y en silencio, porque los hijos tampoco son todos iguales.

Debe ser moderno eso de llevar a los hijos pequeños a sitios donde hasta hace poco nunca los llevamos, por lo que pido que vuelva Herodes, pero no a por los niños, sino a por esos padres que no entienden que cada hijo es diferente, que no todo vale y que, además, el cerebro reptiliano, ese que nos hace reaccionar cuando tenemos hambre, sed, frío o calor, no puede reprimirse con buenas palabras y menos cuando el interlocutor ni las entiende, sencillamente porque a penas tiene tres meses de edad.

* Abogada