Se equivoca la OCDE. Se equivoca la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos cuando en su último informe sobre España dice: «La crisis ha dejado cicatrices que menoscaban el bienestar, siendo las más visibles unos niveles todavía muy elevados de desempleo, pobreza y desigualdad». No, la cicatriz es la señal de una herida curada, el recuerdo de un dolor pasado. En nuestras calles, las heridas siguen abiertas.

Las llagas son múltiples y todos las conocemos o, quizá, las vivimos. Sueldos que no dan para vivir. Parados que jamás dejarán de serlo. Exiguas perspectivas para los jóvenes. Familias expulsadas de sus hogares a las que solo les quedan la calle, la okupación o las mafias. Y el chantaje de un poder económico que juega con una legión de precarios. Si no te gustan las condiciones, otros las aceptarán, así de simple. Bienvenidos al infratrabajo del siglo XXI. Con sus infrasueldos. Sus infraderechos. Sus infraviviendas. Y su infrahumanidad. Mientras, bastan unos ungüentos, a veces placebos, para creer que se calma el dolor. Como el enfermo que se resiste a aceptar su diagnóstico, preferimos pensar que todo mejorará. En nuestro mundo instagramer todo es bello. De hecho, la vida es maravillosa en los márgenes de la realidad. Tanto, que quizá nos olvidamos de reivindicar lo que nos pertenece, lo que nadie debería habernos arrebatado. Al fin, la revuelta o la alienación. No hay mucho más. Ni es nada nuevo.

* Escritora