En situaciones como la que estamos viviendo, que admite un largo número de adjetivos, los hechos corren más que las palabras. Tanto, que el «relato» independentista ha calado en el exterior a través de imágenes, evocadoras y manipuladas, conformando un hecho incontestable frente a las palabras, inagotables, de un país que ha llegado tarde para desmentir y desenmascarar ese «relato».

Todos hemos podido leer en las últimas semanas reportajes y testimonios, quizá el más ilustrativo haya sido Francoland, artículo de Antonio Muñoz Molina en El País, enumerando a periodistas y comentaristas de «prestigio» en Europa y Estados Unidos que han presentado a España en los últimos años, y lo siguen haciendo, como un país atrasado en lo político y lo social que «lastra la identidad y prosperidad», auténticamente europeas, de algunas de sus regiones, «naciones» como Cataluña.

En este sentido, el objetivo del independentismo institucional se ha cumplido de sobra. Tanto que cada hecho, en sí mismo puro mensaje, ha acabado convertido en «dogma de fe» para muchos medios y gentes que escriben, opinan y piensan fuera de nuestras fronteras que España es un país autoritario que cercena la libertad de sus ciudadanos, herencia directa de una dictadura lejana.

Es evidente: no hemos sabido contratacar comunicando. Desde hace muchos años, demasiados, la comunicación nunca se ha entendido como un proceso integral, e integrador, y permanente. Siendo uno de los países con mejores profesionales y reconocido en los foros especializados, como la asociación internacional de comunicadores Global Alliance que preside un español, José Manuel Velasco, es paradójico que la comunicación no se haya considerado estratégica más allá de nuestras fronteras. Sin distingo de gobiernos.

Dicho de una manera muy simple, la comunicación son muchas cosas y todas juntas y ensambladas. El problema es que según sea quién se refiera a ella, solo es capaz de ver una parte y la toma por el todo. De ahí que, por poner un ejemplo, de muy poco serviría que un autobús en Londres publicitase a una capital como ciudad de negocios tras el Brexit sin desarrollar otras acciones de manera simultánea, seleccionadas y planificadas en diferentes ámbitos, y con la premisa indiscutible de que esas condiciones para ser ciudad de negocios fueran ciertas. Es decir, una estrategia con sus planes, basada en realidades.

Como tampoco sirve de mucho que las políticas públicas en el exterior no estén insertas en una estrategia general de comunicación, pensada, dotada, ejecutada y evaluada, pura Marca País, más allá de la actividad comercial y al margen de consideraciones ideológicas para presentar la realidad de un país moderno y una sociedad como la española con muchas capacidades y enorme futuro, cuya calidad democrática, aun siendo muy mejorable en cuestiones de todos conocidas, no tiene nada que envidiar a ninguno en la UE.

Sí, es necesario un Pacto de Estado --como en muchos otros ámbitos-- para contar lo que somos, a quienes hay que contarlo y donde hay que hacerlo. No se trata de «ventas», para eso somos la segunda, o primera, potencia turística del mundo y los visitantes ya ven de primera mano que es España, sea a la parte que vengan. Como tampoco se trata de «extravagancias» --creatividades mal entendidas-- ni de «ocurrencias» --que todo el mundo hable aunque no lo haga bien--.

En comunicación, la buena reputación es hoy --como siempre lo ha sido-- imprescindible. Y más en un mundo fragmentado donde la desintermediación de la información es el caldo de cultivo perfecto para las mentiras y las manipulaciones. La célebre «posverdad» que insiste en presentarnos como herederos de aquella España salvaje de primeros del XIX que impresionó a los viajeros «románticos» europeos y de aquellas crónicas de Hemingway del XX, antes y después de la guerra civil. Nada más lejos de la realidad, que es la que hay que correr a «descubrir» porque pasa eso, que los hechos corren más que las palabras.

Corren como el auto de la juez Lamela por el que manda a la cárcel a ocho exconsejeros del anterior gobierno catalán resaltando el riesgo de fuga, la posible destrucción de documentos y la reiteración en los comportamientos tras dos años. Un reto más en la comunicación para que el normal funcionamiento del Estado de Derecho prevalezca sobre la atractiva tentación de considerar como «juicio político» el auto, clave de bóveda del argumentario independentista.

Y es que, como decía el jefe de Opinión de El País, Manuel Torreblanca, la mayor parte de la construcción de este retrato deforme, irreal y «barato» viene de países donde la mentira y la manipulación públicas y groseras han permitido, por ejemplo, que el Brexit desuna y vaya camino de empobrecer a una sociedad y que Donald Trump haya llegado a ser presidente de Estados Unidos.

Frente a ellos, tenemos muchas cosas de las que enorgullecernos desde siempre. O al menos, tanto como lo hacen ellos mismos.

* Periodista