La vida es eterna en cinco minutos, cantaba Víctor Jara. ¿Cuánto cabe en cinco minutos? Besos, bofetadas, vómitos, micciones, desaires, malentendidos. Muchos «te quiero». Los mismos «te odio». En cinco minutos cabe un nacimiento. También una muerte... Cabe escribir la lista de la compra. Copiar un poema. Recomendar unos cuantos libros. Detallar la última monería del niño. Enviar fotos. Muchas fotos... Demasiadas. En cinco minutos se puede pasar de la indiferencia a la curiosidad. De la serenidad a la ira. Del frío al calor... Incluso a la calentura. Ahora, todo esto podrá ser borrado del WhatsApp. Una suerte de botón del pánico ante el atrevimiento o las equivocaciones o los arrebatos de un mal momento. Tendremos hasta cinco minutos para borrar ese mensaje que nos ha demudado el rostro al enviarlo. Pero el arrepentimiento no saldrá gratis. «Este mensaje fue anulado», aparecerá en la pantalla del que tenía que ser el receptor. Y, a partir de aquí, el gran vacío. Algo parecido a cuando alguien, en medio de una discusión, musita algo ininteligible. Las reacciones que suceden a ese farfullo ya las conocemos. ¿Qué has dicho? Nada... No te he oído, ¿qué has dicho? Nada... No, en serio, ¿qué has dicho? Nada. Nada. Nada... ¿Cómo nos enfrentaremos a las palabras silenciadas? ¿Sabremos interpretarlas? ¿Nos reconcomerá la duda? En cualquier caso, siempre nos quedará la opción de no descargar la última versión de WhatsApp. A lo dicho, pecho.

* Escritora