Aquí lo que hace falta es que se nos muera un escritor, dicho sea con perdón y sin ánimo de que se nos muera nadie de verdad. Bastaría con que hiciera como que se nos muere un poquito, como diría Gila; algo así como en la película Los jueves, milagro , donde el milagro era de mentira pero rentable. Ya que se está muriendo por ahí gente importante, de la buena del siglo XX, a raudales, a chorros, aquí en Córdoba, haría falta igual. Porque la muerte de un escritor, que suelen tener más predicamento y admiración entre el común, no sé por qué porque nadie lee, que la de un científico u otro tipo de artistas, genera recursos atípicos en las ciudades: se organizan jornadas, centros de interpretación y hasta congresos, lo cual aquí no sería posible porque nuestro viejo palacio con ese nombre seguirá siéndolo pero de momento no cuenta ni con un mal proyector fijo de vídeo y los organizadores de cosas tienen que llevarse de casa el suyo. La muerte de un escritor moviliza el turismo de élite cultural pero al menos estos óbitos y los saraos subsiguientes limpian, fijan y dan esplendor al nombre de las ciudades. Está pasando con García Márquez, me cuentan que en Colombia, como murió en Jueves Santo (por cierto no ha resucitado al tercer día como exigiría el realismo mágico) y ese día los plumillas no curran hubo que llamarlos al perol para que con urgencia hicieran ediciones especiales. Si hubiesen sido alemanes las habrían tenido preparadas desde hacía meses porque la cosa se veía venir. También valdría el subgénero de poetas y asimilados. ¿Un voluntario?

* Profesor