Pues yo sí. Me di un maratón el fin de semana y ya está, prueba superada. Y me entraron ganas de escribir algo, desde la libertad que me proporciona no ser en absoluto entendida ni en cine ni en series. Es decir, desde la osada independencia de criterio que me proporciona la ignorancia, que ya sabéis que es atrevida.

¿Os gustó? A mí sí, la prueba es que me la tragué entera, y a mi edad apago televisores y cierro libros a velocidades de vértigo cuando me aburren o me disgustan. No tengo edad de perder el tiempo, vaya. Aunque lo haga con sumo placer si las cosas me agradan.

La Peste es un buen trabajo. Me pasó como a todo el mundo, que no entendía bien los diálogos, y no por el acento andaluz -muy bien Manu Sánchez recordando a los puretas del castellano lo bien que entendían ellos a las chachas andaluzas de esas series tan graciosas de urbanitas madrileños--, sino por esa cosa rugosa que tiene el cine español, que no se oye bien. Es increíble que las películas dobladas por actores españoles suenen como los ángeles cantando mientras las grabadas directamente parecen tener ruido de fondo o mala dicción. Aunque sean buenos intérpretes. Vaya, a mí me han parecido estupendos los actores de la serie, pero a los únicos que entendía a la primera era a Patricia López Arnáiz, en su papel de Teresa Pinelo, a Manolo Solo (Celso de Guevara, un gran inquisidor que queda bordado) y a Paco Tous (fenómeno, como siempre). Tanto al protagonista, Pablo Molinero (Mateo) como al coprotagonista, Paco León (Zúñiga) da gusto verlos, de bien que lo hacen -el señor León en un papel dramático absolutamente creíble-, aunque alguna vez tuve que rebobinar para escuchar la misma frase dos o tres veces. Que no me enteraba. Como de esto no entiendo, pienso que debe ser algo genérico de cómo se graba o se trata el sonido, aunque, claro, eso nunca pasa con Concha Velasco o Pepe Sacristán, lo que da un poquito que pensar, solo un poquito. Finalmente, el acento sevillano me pareció delicioso, y a los vecinos hispalenses creo que les va a encantar.

No sé si les va a gustar tanto a los sevillanos la cantidad de roña que se ve en la serie. Pero, claro, es el tema, la Sevilla elegante sale muy poquito, y lo importante es conocer cómo funciona el aluvión de gente que se instala en la capital que recibe el oro de las Indias y de donde salen los barcos hacia el Nuevo Mundo. Recordé el primer capítulo de El perfume, en el que Patrick Süskind describe París a través de los olores que asaltan al viandante (que nosotros no podríamos soportar) y la idea que introduce en el cerebro es la de una enorme mezcla de gente amontonada, moviéndose continuamente, sin estorbarse unos a otros en las multitudes (los seres humanos nos hemos vuelto muy finos), las calles estrechas y atestadas, el hacinamiento y, por encima de todo, la pobreza, las bocas abiertas, la venta de todo, el robo, la degradación… Todo esto está estupendamente dibujado, los escenarios son del diez, aunque se repitan demasiado, venga la misma calle, venga la misma choza... Y de luz andamos regular. Mucha toma nocturna o de interiores oscuros. A ratos me preguntaba dónde estaban el sol y el cielo azul de Sevilla, pero se ve que el guion no les daba un papel muy amplio. Por eso creo que a los sevillanos les hubiera gustado un poquito más de belleza y menos costra, aunque las vistas de pájaro de la ciudad son espléndidas.

Y, con La Peste, cuyo argumento me parece bien desarrollado y, como es misterioso y de suspense, no lo voy a desvelar a las personas que en su infinita paciencia me sigan leyendo, se vienen a la cabeza reminiscencias de eficaces recetas ya utilizadas profusamente por muchos autores. Como Diego Alatriste y su joven protegido, Íñigo de Balboa, como el fraile Guillermo de Baskerville y su novicio franciscano en El nombre de la rosa, nuestro Mateo tiene al adolescente Valerio (el actor Sergio Castellanos) como misión en la vida. Van juntos, aunque el muchacho es pelín traicionero y bastante siniestrillo, pero poco a poco la calidad de Mateo convence al ladronzuelo. Y ya está. No digo más. la enfermedad y su proceso "social", así como la falta de escrúpulos de los que ocultan la epidemia por razones económicas resultan completamente creíbles, el rigor histórico que lo evalúen otros (la gran epidemia de peste negra en Europa fue casi dos siglos antes, pero parece que su ambientación en el XVI es deliberada). Solo decir que las mujeres, como comentaba la historiadora Pilar González, tienen el papel que les corresponde con el siglo, es decir, secundario y machacado, aunque la pintora que firma con el nombre de su padre, Teresa, exhibe una posición valiente en varios asuntos que os gustará conocer.

Creo que es un buen trabajo de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, y que merece la pena sentarse en el sillón a verla, ahora que está en abierto en Movistar+.