Como vienen haciendo el domingo siguiente al de Resurrección desde hace una treintena de años, los Amigos de las Ermitas compartieron su tradicional guiso de habas con cuantos cordobeses subimos el domingo al Desierto de Belén, como contara Pilar Cobos en estas páginas. El nutricio convite rememora el reparto de comida a los pobres de los antiguos ermitaños, caritativa acción recogida por sus sucesivas constituciones, la última de las cuales, fechada en 1927, la expresaba así: "Mientras lo permitan los haberes de la Congregación, al mediodía se dará de comer a los pobres que acudan a la puerta, continuando esta antigua costumbre piadosa y caritativa". La Diputación conserva entre sus fondos un cuadro de Joaquín Martínez de la Vega que plasma la escena, y las antiguas postales protagonizadas por los ermitaños también recogen aquel reparto de comida a la puerta del eremitorio. La diferencia es que ahora no son pobres ni mendigos los invitados, sino excursionistas, devotos y amantes de las tradiciones cordobesas.

Abril regaló una mañana primaveral y tanto la escalinata como la explanada-mirador que se extienden a los pies del monumento al Corazón de Jesús, inaugurado el día de San Rafael de 1929, cobraron vida y color un año más con la presencia de centenares de personas. Tras la misa oficiada por el prior a los pies de la colosal estatua, obra de Coullaut-Valera, los asistentes hicieron cola ante los mostradores tras los que se hallaban dispuestas las grandes ollas de habas recién guisadas por Juan Cerezo y sus entusiastas colaboradores, servidas con largueza en la cazuela previamente obtenida a cambio de un módico donativo, con derecho a repetir. La convocatoria ha ido arraigando entre los cordobeses, pues los sesenta kilos de habas preparados la primera vez han subido este año a 560, obsequiados, como siempre, por el comerciante de frutas José Valverde. Normalmente se utilizan habas cordobesas, pero la cosecha provincial se ha retrasado este año y han venido de la huerta murciana. Marisol Salcedo sabría describir con sabiduría culinaria su preparación, pero yo me limitaré a añadir otros ingredientes, como alcachofas, cebollas y un largo millar de huevos. El resultado, insuperable, propició una grata mañana de convivencia en la luminosa explanada del mirador con la ciudad al fondo, brillante y apacible.

Este de las habas es el domingo del año que más visibilidad adquieren las Ermitas y sus Amigos, pero el Desierto de Nuestra Señora de Belén, creado al agrupar el obispo Mardones en el Cerro de la Cárcel a los eremitas dispersos por la Sierra cuando alboreaba el siglo XVII, está abierto todo el año a la contemplación y disfrute de cuantos quieran subir a gozar de su plácida espiritualidad. Aunque no se sea creyente, el lugar contagia su paz y sosiego, tan necesarios en la agitada vida presente. Atravesó el recinto un momento de incertidumbre cuando el último día de febrero de 1957 los últimos ermitaños formalizaron su integración en la orden de los Carmelitas Descalzos, que desde entonces rige el santuario, pero aquel trance se superó satisfactoriamente. Y aunque desde hace cincuenta y seis años ya no hay ermitaños de luenga barba y pardo sayal compartiendo oración, trabajo y silencio en aquellas soledades, su recuerdo sigue flotando en el místico ambiente. Siguen visibles tanto en los retratos que dan la bienvenida a la entrada de la recoleta iglesia como en la colección de viejas postales de Agustín Fragero reeditadas con primor por la asociación, que se venden en la portería junto a los documentados libros que ha ido dando a la luz el perseverante investigador Pedro Jesús Muñoz.

La benefactora acción de los Amigos de las Ermitas, que suman ahora cerca del millar, se hace patente en el decoro y limpieza que reinan en aquel privilegiado lugar, pero también, y especialmente, en su tenaz esfuerzo económico para recuperar poco a poco las ermitas diseminadas por el desierto, que hace unos años eran pasto de la ruina y hoy vuelven a relucir como aquellas "casitas blancas como palomas" que cantara el poeta Fernández Grilo. Para verlas y gozarlas, nada como sumarse cada último domingo de mes a la visita guiada que el nuevo e ilusionado presidente Juan Manuel Fernández Delgado conduce al término de la misa de diez. Una oportunidad para revivir el espíritu de los ermitaños y dejarse seducir por un paisaje místico tan desconocido como cercano, que invita al retiro y la meditación.