El pasado martes contemplé de manera especial una magnifica copia de El beso que tengo en mi casa. Se cumplían cien años de la muerte de su autor, Gustav Klimt. Rememoré la primera vez que supe de este pintor austriaco. Fue durante un viaje profesional a Viena ya que TVE cubría no sólo Alemania sino también Austria. Lo aproveché para acercarme al Palacio Belvedere y contemplar la pintura de este «artista degenerado» como así fue llamado por los nazis. Una «degeneración» impuesta por la sociedad de entonces, que veía en sus cuadros provocativos y de una plasticidad sexual innegable lo que hoy llamaríamos pintura pornográfica. Es, sin embargo, un artista de una perfección increíble. Tengo colocado El beso en posición horizontal pese a que Klimt trató de aliviar las criticas que ya preveía (1908) situando su obra maestra en posición vertical con los dos amantes de pie abrazados y cubiertos por un manto preciosista. Una maravilla dorada donde se vislumbra la estética y técnica de los mosaicos bizantinos que estudio en Rávena. Esa animadversión que sufrió su pintura a principio del siglo XX la he podido comprobar directamente en la Enciclopedia Espasa de más de ochenta tomos que conservo de mi padre. Le dedica a Gustav Klimt un unas breves líneas, una pequeña foto y nada a El beso. Contrasta con el habitual despliegue que dedica a pintores universales incluidas reproducciones en color de sus obras; una técnica muy avanzada para la época en la que fue publicada esta gran obra cultural. Una prueba más de la animadversión hipócrita de aquella época al pintor Gustav Klimt.

* Periodista