Hace unos días, delante de la plana mayor del PP haciéndose la foto de familia en el parque El Retiro de Madrid, un individuo, micrófono en mano, rompió la seguridad y gritó: “¡Sois la mafia!” El espontaneo fue reducido y la foto recogió la sonrisa de los políticos. Acto seguido, Rajoy aprovechó para atacar a los radicalismos.

Este incidente me ha recordado uno de los muchos carteles de la acampada en la Puerta del Sol en Madrid con el que se inició el movimiento del 15-M en 2011 y en el que se leía: Un grito rotundo para cambiar el mundo. Chocaba aquel titánico fin con tan humano método. ¡Cambiar el mundo no a pedradas ni a tiros sino a gritos! Ni eso. ¡Con un grito! ¡Cambiar el mundo liberándolo de especuladores, de hipócritas, de fariseos, de corruptos y codiciosos! ¿Cuál sería ese grito? ¿Quién lo daría? ¿Qué invocaría o demandaría? ¿Un mundo más igualitario y justo? ¿La demolición del neoliberalismo? Pero, si fuera esta la meta ¿cómo lograrla? ¿Con un grito?

¡Cuántos gritos no habrá dado ya el hombre para cambiar el mundo y dignificar su vida! En estos últimos tiempos muchos gritos han atronado en nuestras calles en manifestaciones de protesta ante una crisis que se ha cebado con los más débiles. Mucha gente grita cuando se ponen en la cola del paro, cuando buscan trabajo que no llega, cuando pierden el que tienen, cuando se enteran indignadas de los casos de corrupción. Muchos jóvenes gritan cuando, humillados, se ven obligados a abandonar su país para ganarse el sustento. Muchas madres han gritado en silencio en sus cocinas ante la impotencia y la necesidad. Yo diría que los gritos que más aturden son los que no suenan, los que se alimentan del pan de la resignación. Diez millones de españoles están al borde de la exclusión y gritan ¡Cambio!

El grito del individuo lanzado a la cara de Rajoy puede juzgarse como un caso aislado, desesperado, y recibir una cínica sonrisa de conmiseración, pero la protesta política y social que recorre un mundo globalizado y en la que diferentes edades, ideologías, creencias y etnias confluyen en la busca de un modelo alternativo que se oponga al capital monopolista y financiero, a la tiranía de los mercados, es un clamor al que la clase política no puede hacer oídos sordos.

Dicho esto, a mí me da miedo la gente que no grita o se sonríe ante los que gritan. H

* Comentarista político