He recorrido sin prisa la exposición que Vimcorsa le dedica a Tomás Egea Azcona (1933-2018). Lástima que el inesperado zarpazo de la muerte en enero le privase de disfrutar de una muestra en cuya preparación participó, ilusionado, con el comisario, Jesús Alcaide. Así que lo que hubiera sido un gozoso disfrute en vida ha devenido en homenaje póstumo. Ay, la muerte. Pero contemplando ahora su legado lo he sentido vivo en su obra polifacética, imaginativa, versátil, fresca; liviana y profunda al mismo tiempo. Tomás siempre me pareció un niño grande y portentoso que se divertía manejando el lápiz, el pincel, el rotulador, los colores, las tijeras, el collage, pues en sus manos cualquier herramienta destilaba gracia y magia. Crítico con la dictadura franquista y la falta de libertades que le tocó vivir (actitud que le costó severa depuración como profesor), eligió para expresarse el humor inteligente, el guiño cómplice, la sonrisa socarrona, que endulzaban sus mensajes, comprometidos con la libertad, sin restarles vigor.

Fue un cronista social de Córdoba, el mejor de su tiempo, que radiografió las contradicciones de la sociedad biempensante. En la exposición me he reencontrado con Gran beata y con Los caciques, aquellos cuadros que a mediados de los sesenta colgó en el Círculo de la Amistad, y me sorprendió entonces su valentía para ridiculizarlos en el propio casino que frecuentaban, aunque ellos fingían no reconocerse. La exposición retrospectiva de Tomás es sobre todo, pese a alguna omisión, una demostración de lo mucho que trabajó. Allí están los comics iniciáticos de Bibi Fricotin y Molinete. Están sus carteles, como el de la primera manifestación por la autonomía andaluza en 1977, con aquella paloma saliendo de la cárcel de su jaula. Están los bocetos de sus retablos, entre los que me fascina el de Miralbaida, con su deliciosa interpretación del árbol de Jessé. Y no faltan fotografías y reproducciones de algunas de sus vidrieras, entre las que sobresalen las del nuevo convento del Corpus, de monjas dominicas.

También quedan reflejados en la muestra algunos de los innumerables murales que realizó, entre ellos los del Banco Coca, hoy simplificado en Rabanales, el Banco Ibérico, la Facultad de Medicina o establecimientos hoteleros de Madrid y la Costa del Sol, donde llegó a diseñar un pueblo típico, plasmado en postales.

Y es que ni la cerámica ni la madera ni el cuero ni el cristal se le resistieron como soportes de su versatilidad creativa. No faltan en la exposición algunos de los libros que ilustró, entre ellos Nuestra ciudad y Crónicas de anteayer, de Carmelo Casaño; La Casa de los Muchos, de Sebastián Cuevas; Historia de Córdoba para niños, de José Manuel Ballesteros; Bodegas Campos en la historia de Córdoba -casas cuya decoración y estilo fueron creación suya, en connivencia con Paco Campos-; el desarrollo completo de Democracia y participación, o las portadas para los libros de su hija, la narradora María Dolores Egea. El visitante tiene también la oportunidad de recrearse en las viñetas que Tomás dibujó para ilustrar la conferencia que Rafael de la Hoz pronunció en el XIII Congreso Mundial de la Unión Internacional de Arquitectos, celebrado en México en 1978. ¿Puede haber algo más difícil que traducir a dibujos una conferencia técnica, para que la entiendan todos? Tomás lo consiguió, y en sus esquemáticos dibujos animados se aprecia su confesada devoción por el dibujante norteamericano Saul Steinberg.

Como los buenos artistas, Egea Azcona permanece vivo en su obra; tan vivo está que el cartel ferial de este año se inspira en un antiguo boceto suyo, modelo de síntesis. Pese a su apariencia reservada, en la distancia corta Tomás era un hombre cercano, afable, desprendido, generoso y modesto, virtud que adorna a muchos genios.

Lamento que falte, por el momento, un buen libro-catálogo que perpetúe la exposición y la obra artística de Tomás Egea Azcona, y confío en que no se demore demasiado, Vimcorsa.

* Periodista