La muerte de Juan Goytisolo me hace pensar en su Juan sin tierra y lo apropiado de hablar de literatura para el obituario de un escritor. En esta novela ya no hay lo que en otros tiempos se ha llamado personaje sino que este queda reducido a un ente sin identidad ni pasado que se hace y se deshace continuamente en uno o varios "tú". Sanz Villanueva lo llama “héroe abandonado”, producto de un tipo de literatura confesional, aniquiladora de la personalidad, literatura de autocensura con manifestaciones estilísticas tan importantes como el monólogo interior o la segunda persona reflexiva, pero que puede llegar a “ese personaje alienado que… niega cualquier valor”. Y, si esto es así, por aquí pudiera entenderse el malditismo que ha perseguido a Juan Goytisolo.

Pero Goytisolo pertenece a ese tipo de autores que Susan Spencer denomina “literary spatialist”, es decir, que crean personajes porque éstos son capaces de proveer varias máscaras para el propio autor. Goytisolo emplea su “personaje” precisamente de esta forma: es un sujeto que muy poco veladamente esconde al propio Juan Goytisolo. Paradójicamente es plural y único. Se metamorfosea en lo que parecen ser infinitos seres pero son siempre dentro del mismo signo: el instinto sobre el freno represor, lo hetero-doxo sobre lo consagrado, lo marginal sobre lo central, lo oculto sobre lo aceptado. Así es que si el personaje ha desaparecido, no lo ha hecho el autor, no lo ha hecho Juan Goytisolo, necesitado de desdoblarse para poder dialogar con el otro yo, ese yo que vende obsesionado unas tenden-cias que la sociedad central (término de Goytisolo que equivale a colonial o capitalista occidental) calificaría de antisociales.

El punto de ruptura es el lenguaje. En Juan sin tierra se lee: “desconfía de ti: no basta con echar por la borda rostro, nombre, familia, costumbres, tierra: la ascesis debe continuar: cada palabra de su idioma te tiende igualmente una trampa: en adelante aprenderás a pensar contra tu propia lengua”. El lenguaje es la unidad organizadora de todo el libro que, a través de su pluralidad, converge en la ruptura y unifica los diversos discursos en su propósito de atacar al lenguaje heredado de la “rancia tradición caste-llana”. Goytisolo repudia esta tradición, porque entiende que una palabra caduca es el soporte en que se apoya todo el sistema corrupto de la sociedad carpetovetónica y, al eliminarla, pretende socavar la España sagrada. Al destruirla y con ella el conjunto de tradiciones, mitos, esencias que contiene, se abren las posibilidades para la creación de un lenguaje nuevo, que para el narrautor es el de los marginados, de los parias. El lenguaje del centro es consi-derado altisonante y vacío, a menudo medio de opresión. Por ello envidia al mendigo asqueroso del zoco por lo que representa de a-céntrico y de oposición a los valores de los “puros”, y sabe que su liberación sólo vendrá cuando se libere de su instrumento de expresión. Goytisolo se aplica a su destrucción utilizando un lenguaje desordenado que rompe el léxico y la sintaxis convencionales y recurre tanto a la burla como a la parodia, tanto al objetalismo del nouveau roman o la metáfora como al léxico sexual, que es el proceso mismo de la escritura: “tu empedernido gesto de empuñar la pluma y dejar escurrir su licor filiforme, prolongando indefinidamente el orgasmo....".

El abandono de la lengua castellana es gradual y perfectamente logrado y acaba en el puro árabe coloquial en caracteres arábigos, quizás como lo emplearía el mendigo envidiado. Se localiza así al narrautor en el otro lado, con los miserables. Y es con este lenguaje --el árabe, idioma ininteligible en el “centro”-- como final e irremediablemente pretende Goytisolo situarse en ese otro lado.

La traducción de las palabras en árabe, con las que termina la novela dice así:

"La gente que no me entienda/

Que deje de seguirme.

Nuestras relaciones han terminado.

Yo estoy aquí, sin duda,

Del otro lado con los pobres,

Preparando siempre el cuchillo".

Descanse en paz el valiente Juan y que le sea leve la tierra de Larache.

* Comentarista político