Reconozco que Pedro Sánchez me ha sorprendido favorablemente, pues la primera decisión importante que ha tomado, formar Gobierno, ha sido, al menos en mi opinión, muy inteligente. Más aún, hasta uno de los pocos errores que cometió le ha salido, por una casualidad, bien, pues Guirao en mucho más ministro que Huerta.

La formación de Gobierno es realmente la gran decisión de un presidente, pues con ella, además de hacer una declaración de intenciones y mandar mensajes a la ciudadanía, constituye el equipo con el que puede ejercer el poder.

Un análisis somero del Gobierno a partir de los curricula públicos de sus miembros (y basta una hoja de cálculo) nos da muchas pistas de los objetivos del presidente Sánchez.

En primer lugar, es claro que este es el primer Gobierno español montado para ganar unas elecciones a medio plazo, no para gobernar ahora. Y este objetivo está claro pues este Gobierno está hecho para marcar la agenda política, para traer al debate público otros temas que no son la crisis económica (que se da por superada y en el que tendría ventaja el PP) y que preocupan especialmente a la clase media, urbana, de edad mediana o joven. Este es un Gobierno en el que los temas que se quieren tratar son los que han escogido a los ministros, un Gobierno trending-topic, montado por un equipo experto en perfiles psicológicos a partir de las tendencias sociales que se manifiestan en las redes. Este Gobierno, con 11 mujeres, no es explicable sin el éxito de la movilización del 8 de marzo, sin el intento de ganar el voto femenino.

Como este Gobierno no es explicable sin Cataluña: Borrell no hubiera sido, a sus 71 años, ministro de Exteriores sin el discurso de la manifestación del 8 de octubre del pasado año. Como Carmen Calvo no hubiera sido vicepresidenta si no hubiera sido la negociadora con Soraya Sainz de Santamaría la aplicación del artículo 155. Ni es explicable Batet sin el intento de arañar votos en Cataluña. Ni es explicable este Gobierno sin la tendencia ecológica que se manifiesta en los nombramientos de Reyes Maroto y Teresa Rivera, junto con el mismo Borrell. Como no sería explicable la presencia de tres juristas (dos jueces y una fiscal) si no hubiera encuestas que señalan que los jueces son uno de los colectivos con mayor credibilidad ante la ciudadanía. Como Pedro Duque es ministro, y lo fue Màxim Huerta, por sus posicionamientos públicos, no porque tenga experiencia en gestión de ciencia o de universidades.

Y, junto a las tendencias líquidas, la política sólida, de siempre. Con el nombramiento de Nadia Calviño y de Luis Planas (y Borrell), se manda un mensaje de tranquilidad a Europa y se le dice que se va a mantener la política de consolidación fiscal y de reformas. De la misma forma, con el nombramiento de Celaá y de Monzón se vuelve a posiciones ideológicas en los campos de la educación y la sanidad. Como con el nombramiento de Montero se lanza un mensaje al mismo PSOE, especialmente al andaluz, de suficiencia. Un mensaje que se le ha reforzado a los barones y cuadros del PSOE con los nombramientos de independientes, diciendo que el que se movió no «saldrá en la foto», salvo que haga méritos ahora.

Pero más allá de lo que nos dice la composición del Gobierno, este es un Gobierno para unas elecciones, porque cambiados los temas de la agenda política, el segundo objetivo del Gobierno será encarar las elecciones municipales y autonómicas, primer test serio de las posibilidades de un nuevo Gobierno Sánchez. Y es que con 85 diputados de 350 diputados (24%) y 62 senadores de 266 (23%), un presupuesto aprobado para el año que viene y tres partidos en la oposición, este Gobierno no está pensado para gobernar, sino para calentar las primeras elecciones post-crisis y tener posibilidades de ganarlas allá por el otoño del año que viene. Durar más allá, sería un milagro.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola