Gloria Fuertes nació en Madrid, en julio de 1917, en el seno de una familia humilde, su madre, costurera y sirviente; su padre, portero y conserje. Así comienza la biografía de esta gran poetisa, que comienza a ser noticia por la celebración de su centenario. Los grandes críticos nos hablarán de sus obras, mientras sube a los pequeños estrados de las escuelas su silueta, los niños recitan sus poemas y los profesores recuerdan algunas de sus frases más hermosas: «Es importante que los niños lean poesía. Y es más que importante, necesario». O esta otra: «Los niños que leen poesía se aficionan a la belleza del lenguaje y seguirán leyendo poesía toda su vida». Una de las vertientes más hermosas es la religiosa. «En la mayoría de sus libros aparece reiteradamente un deseo de comunicación con Dios, a veces un diálogo casi místico con Dios, al que exige que se vuelque un poco más con los necesitados de cualquier lugar del mundo, que no los olvide», según Antonio Gómez Yebra, catedrático de Literatura Española en la universidad de Málaga y autor del libro Gloria Fuertes, poeta para todos (Anaya). La religiosidad de Gloria tiene muchas ramas. Fuertemente enraizada, está presente en todos sus poemarios. «Es algo instintivo en mí. He nacido creyente como he nacido mujer», confesó poco antes de morir. A través de sus versos decididamente religiosos es posible recorrer esos otros grandes temas --la mujer, el desamor, el pacifismo a ultranza, la angustia, la soledad--, que componen su obra. «La poesía es una palabra salvadora, como Dios», escribe. Ese diálogo con Dios también está marcado por el humor, por una risa que es también salvífica. Y sobre todo, por el amor. El catolicismo de Gloria Fuertes no solo estaba con los marginados y los perdedores; su diálogo con Dios no solo encierra dolor, sufrimiento, súplica o desesperanza, tambien era un canto a la fraternidad, a la reconciliación, a la justicia, al perdón. Su convivencia con Dios es un canto de esperanza y de agradecimiento.

* Sacerdote y periodista