El brexit ha resucitado el viejo y anacrónico conflicto de Gibraltar. Se escuchan barbaridades en Londres y en el Peñón, cuyo ministro principal, Fabián Picardo, con un lenguaje impropio, acusó ayer a España de ir «como un matón». En Londres, la primera ministra, Theresa May, tranquiliza a Picardo, asegurando que el Reino Unido sigue comprometido en la defensa del Peñón. Otros políticos han sido más beligerantes, como el exministro conservador Michael Howard, quien ha sugerido que podrían ir a la guerra. Como dijo el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, «alguien está perdiendo los nervios en el Reino Unido y no hay ninguna razón para ello». Toda esta tormenta, muy poco diplomática, pretende presionar a la UE para que el día 29 no se ratifique el párrafo de las directrices de la negociación sobre el brexit donde se concede a España derecho de veto para la aplicación a Gibraltar de la nueva relación entre la UE y Londres. Pero la ventaja que obtiene España es lógica desde el momento en que el Reino Unido pasará a ser país tercero. Los gibraltareños alegan que no deben pagar el brexit porque el territorio votó seguir en la UE, pero no pueden pretender seguir siendo colonia británica y permanecer en la Unión. Esa ventaja que la UE otorga a España es lo que molesta en el Reino Unido y en el Peñón. Pero el Gobierno español debe buscar formas, más allá de las legales, para atraerse a los habitantes del Peñón.