Barack Obama es un político de gestos. El realizado ahora en Hiroshima que le convierte en el primer presidente de EEUU en activo en visitar aquella ciudad es un gesto debido, aunque se haya quedado corto al no condenar el lanzamiento de la bomba atómica en 1945. Sin embargo, es importante porque forma parte de la estrategia de Obama -próximo al final de su segundo mandato- de ir hacia un mundo sin armas nucleares. Este mundo fue el que propuso en Praga, en el 2009, poco después de llegar a la Casa Blanca. Desde entonces, la reducción de los arsenales atómicos ha sido una de las constantes de sus dos mandatos. Negoció con Rusia una reducción de cabezas atómicas, ha convocado cumbres y ha firmado un acuerdo histórico con Irán para frenar la proliferación nuclear en una zona del mundo de gran volatilidad como es Oriente Próximo. Y el gesto ha ocurrido en una zona donde las tensiones van en aumento. China (potencia nuclear) y Japón se disputan cada vez más agriamente la posesión de unas islas. Y cerca está también Corea del Norte, el país cerrado al mundo que está convirtiendo su carrera nuclear en una amenaza para la paz y la seguridad de la zona asiática. Por ello, la imagen de Obama abrazado a un superviviente de Hiroshima es importante si se piensa que aún hay arsenales nucleares suficientes para destruir varias veces el planeta sin contar los que están fuera de control.