El pasado mes de enero unas jornadas celebradas en nuestra ciudad alertaban del peligro de gentrificación del casco histórico y, en su eco, aún sigue el análisis de un proceso que, en palabras del catedrático de Arqueología de la UCO Desiderio Vaquerizo, sus efectos en la ciudad harán que la zona turística se convierta en un escenario de «cartón piedra». Y es que la gentrificación, pese a su significado literal como término inglés, nos ocupa ahora en estudios socioantropológicos que van mucho más allá de una acepción tan cerrada para el término, pero que, en su lado más ecléctico, no llega a casar, ni por asomo, con las enjutas palabras con las que divagaba el teniente de alcalde Pedro García: este, en declaraciones a los medios de comunicación el 9 de diciembre, situó el proceso de la gentrificación como algo que «estaba teniendo la ciudad en el puente», declaraciones que, usando el término en un sentido tan poco acorde en tiempo y forma con su significado, hacen que parezca estar de moda usarlo a cualquier precio, aunque quien lo haga sea el máximo responsable de urbanismo de la ciudad, dejando una imagen de quien representa a una institución tan importante para el desarrollo social, cuanto menos cuestionable.

Desde el punto de vista antropológico, el concepto actual de gentrificación está en constante discusión y evolución, yendo más allá de significar sólo una simple sustitución de habitantes de una zona urbana de baja clase social por otros de clase o estatus social mayor. El estudio actual de este proceso, concretamente en nuestro centro histórico, pasa hoy por la mirada que atrapa a muchos factores que desde hace años lo vienen desencadenando y que no es solo y exclusivamente el turismo, aunque, sin lugar a dudas, este es uno de los que inciden con mayor notoriedad. Habitando desde la cuna en el centro histórico, he vivido en primera persona el desarrollo del proceso en Córdoba, un proceso que parte de la desaparición paulatina de las casas de vecinos y del auge inmobiliario, donde las gentes que conformaban los distintos barrios fueron dando paso a nuevos habitantes, no teniendo porqué ser de mejor clase social que antes, los cuales, conforman ahora la zona centro residencial que diluye las propias identidades de los barrios, asida a la incorporación de modelos globalizadores de deslocalización, que han cambiado por completo la geografía social urbana.

El soterramiento de vías férreas, grandes viales y rondas de circunvalación abrieron paso también a la posibilidad de la ciudad museo en que el centro queda convertido por su configuración histórica, convirtiéndose así, a falta de un tejido empresarial fuerte, en una perfecta moneda de cambio para administraciones y la burguesía que, lejos de vivir esa zona de la ciudad, solo la explota y la convierte, aun cuando el ciudadano de siempre pueda seguir viviendo en ella. Y es que, más allá de un cambio de clases y de la sustitución paulatina de viviendas por camas para pernoctar, la gentrificación también es el cambio de usos que barre las identidades de los pueblos y los transforma, como consecuencia del poder economicista de quien los gestiona y no particularmente como consecuencia de la clase social de quien los habita, convirtiendo, en el caso que nos convoca, a la ciudad en un escenario donde las usos y costumbres se pierden, no es que evolucionen, y los ritos y fiestas, que palpitaron en sus gentes y generaron el mismo atractivo que ahora comercialmente los engulle, son ya meros artefactos que molestan en los espacios públicos.

* Antropólogo